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sábado, 8 noviembre,2025

La paradoja de la tolerancia: cuando ser demasiado bueno destruye lo bueno

Karl Popper advirtió hace casi un siglo que una sociedad absolutamente tolerante corre el riesgo de ser destruida por los intolerantes si no se defiende de ellos. Su idea, conocida como la paradoja de la tolerancia, es hoy una advertencia urgente para las democracias que confunden libertad con permisividad y pluralismo con debilidad.

Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos en 1945, pero parece que lo hubiera hecho ayer, en pleno siglo XXI, mientras observaba la turba digital clamando libertad para censurar, tolerancia para imponer y justicia para arrasar. Su advertencia fue tan simple como letal: una sociedad absolutamente tolerante corre el riesgo de ser destruida por los intolerantes si no se defiende de ellos.

La tesis es demoledora: la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia. No hay mayor ironía. Si se permite que los intolerantes propaguen su fanatismo, impongan su dogma o supriman el debate bajo la excusa de la libertad de expresión, lo que desaparece no es la intolerancia, sino la libertad misma.

Popper no planteo prohibir las ideas intolerantes —sería caer en el mismo error que critica—, sino combatirlas con la razón y el debate público. Pero cuando esas ideas se transforman en acciones que buscan destruir el diálogo o recurren a la violencia, la sociedad no debe dudar en defenderse. No se trata de censurar opiniones, sino de frenar conductas que anulan la libertad del otro. Como esta ocurriendo día a día en esta sociedad actual.

Dicho de otro modo: tolerar al intolerante equivale, a la larga, a suicidarse como sociedad libre. De facto, disponemos de menos Libertad, hay más regulación e infinidad de límites, con lo políticamente incorrecto de bandera. El liberalismo no es un harakiri filosófico, sino un sistema que se defiende precisamente para poder seguir siendo libre. La democracia no puede ofrecerle el micrófono a quien quiere apagarlo, usando eufemismos.

Popper distinguía con bisturí entre tolerar ideas y permitir acciones destructivas. Podemos soportar el disparate mientras se pueda discutir racionalmente. Pero no debemos ser neutrales ante quien sustituye el argumento por la amenaza, el voto por la piedra o la palabra por el insulto. La neutralidad ante el intolerante no es virtud: es cobardía disfrazada de ética.

El filósofo advertía que si una sociedad permite sin restricción la propaganda y acción de quienes buscan eliminar el pluralismo, acabará perdiendo los valores que la definen. Y es ahí donde su pensamiento se vuelve profecía: la tolerancia, sin límites, se convierte en su propio verdugo.

Hoy la paradoja de Popper es más vigente que nunca. Las redes, los púlpitos digitales, los tribunales mediáticos y los nuevos inquisidores del pensamiento repiten el viejo juego: exigen libertad para imponer su moral. Y mientras tanto, los verdaderamente tolerantes —los que creen en la libertad del otro— se ven arrinconados, etiquetados o silenciados.

El dilema es claro y brutal: ¿Debe la democracia tolerar a quien busca destruirla? Popper responde sin pestañear: no. Porque el derecho a la libertad incluye también el derecho a defenderla.

Juan Inurria
Juan Inurria
Abogado. CEO en Grupo Inurria. Funcionario de carrera de la Administración de Justicia en excedencia. Ha desarrollado actividad política y sindical. Asesor y colaborador en diversos medios de comunicación. Asesor de la Federación Mundial de Periodistas de Turismo. Participa en la formación de futuros abogados. Escritor.

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