Sevilla ha dejado de ser postal de turistas para convertirse en tablero de estrategas. Una ciudad donde el capital fluye, la tecnología crece y el ladrillo vuelve a soñar. Los empresarios lo saben: el futuro también habla andaluz.
Porque en Sevilla ya no se viene a mirar el río, sino a observar cómo fluye el capital. La ciudad ha dejado de ser postal de turistas para convertirse en tablero de estrategas. Donde antes se buscaba inspiración, hoy se trazan planes de expansión; donde se recitaban versos, ahora se cierran acuerdos.
Los empresarios lo saben. Sevilla ofrece algo que escasea en otras plazas: dinamismo real. El PIB crece por encima de la media nacional, la industria despierta de su letargo y el turismo sigue siendo la vieja locomotora que no se detiene. Pero la gran revolución llega de la mano de la tecnología: el parque empresarial de La Cartuja ya rivaliza con los polos más potentes del país. Lo que antes era contemplación, ahora es acción.
El mercado inmobiliario acompaña: más de quince mil viviendas proyectadas y miles de protección oficial. Hay movimiento, hay inversión y hay ambición. Sevilla, que siempre tuvo vocación de escenario, ahora se comporta como protagonista.
Eso sí: no faltan asignaturas pendientes. El metro sigue siendo un relato inacabado, la S-40 un círculo que no se cierra y la financiación autonómica un equilibrio fiscal que nunca termina de cuadrar. Pero, incluso con esas, los empresarios se quedan. Porque aquí hay algo que no se mide en estadísticas: una energía que mezcla carácter, clima y convicción.
Y como dice la letra de, Los del Río, Sevilla tiene un color especial. Solo que ahora —permítannos el matiz— ese color es el del negocio bien hecho, el del capital que encuentra hogar y del talento que no emigra.
Sevilla no compite, conquista. Aquí se puede invertir sin perder el alma, prosperar sin pedir permiso y brindar sin culpa. Por eso los empresarios se mudan a Sevilla: porque han entendido que el futuro, además de hablar andaluz, huele a éxito.
