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Nos invitó Iberia a un vuelo inaugural Tenerife-Nueva York. Íbamos un grupo de notables de esta isla, líderes de opinión los llamaban, entre ellos Pepe Rodríguez, propietario de El Día; José Antonio Pardellas, director de Radio Nacional; el comisario de policía Juan Carpena, jefe de la Comisaría provincial; el padre José Sivero, que dirigía Radio Popular (COPE), qué sé yo, un montón de gente. Fue la primera vez, de varias, que almorcé en el World Trade Center, en el restaurante del último piso de una de las Torres Gemelas. Nadie podía sospechar que muchos años después iban a ser derribadas por aviones comerciales en manos de terroristas.
Recuerdo que hacía falta chaqueta y corbata y yo era el único que no llevaba esas prendas. Había varias en el restaurante para prestarlas a los clientes. Me dieron una chaqueta verde y una corbata horrorosa, que me coloqué con asco. No me supo aquel almuerzo con ropa prestada, aunque no olía mal. Debe ser que la enviaban con regularidad a la tintorería, aunque no lo creo. Esto no ocurre nunca ni en los mejores sitios.
En ese tiempo, Nueva York me impresionaba. Yo la había visitado por primera vez en el año 1970. Tuve que sacar un permiso especial en la Caja de Reclutas porque no tenía la mili hecha y no podía salir de España sin ese documento, impreso en el pasaporte. Obtuve la visa indefinida que luego pasaba de pasaporte a pasaporte. Jamás sufrí problema alguno para entrar en los Estados Unidos; al contrario, todo eran facilidades con esa visa. En aquellos años, Nueva York era muy barato y, sobre todo, conseguías cosas que aquí no existían. Y es conocido mi vicio por las compras, que continúa. Así que me fui formando mi pequeño paraíso y los viajes se fueron repitiendo a lo largo del tiempo hasta la estancia número 56, que se cumplió en el año 2008. En 2008 estuve dos veces en NY.
Después de ese año no he vuelto a la Gran Manzana y tampoco quiero insistir en las visitas. El ciclo se terminó, todo tiene un principio y un final. Aquel almuerzo en las Torres Gemelas se repitió otras veces, los edificios parecían de otro planeta, los ascensores eran rapidísimos, te dolían los oídos de la presión cuando llegabas arriba. Era una época en la que no tenía miedo a nada y ahora le tengo miedo a todo: a enfermar y morirme fuera de mi casa, a que me atraquen, a que me ocurra cualquier desgracia. Cuando llego a España me tranquilizo. Parece que aquí domino el cotarro, cuando realmente no domino nada. Soy tan número par o impar como en los Estados Unidos. Yo creo que cuando uno envejece se vuelve cobardón, porque sabe que no tiene los recursos de antaño, la fuerza, la capacidad para huir o para enfrentarte a otra persona. Qué sé yo.
Lo primero que pensé aquel 11 de septiembre del 2001, cuando estaba bañándome en la piscina de mi casa –yo tenía chalé y piscina, como las estrellas de Hollywood, solo que en La Orotava—, y me avisaron de los atentados, fue que me habría podido suceder a mí durante uno de aquellos almuerzos, o quizá subiendo o bajando en un ascensor, o simplemente estando debajo cuando las torres cayeron. Me quedé realmente impresionado de la magnitud de aquella barbaridad, sin saber todavía muy bien lo que estaba ocurriendo. Recuerdo a Lorenzo Milá dar la noticia en Televisión Española no sé si desde Nueva York o desde Washington. Fue terrible.
Yo era, en 2001, director de La Gaceta de Canarias. Recuerdo que estuvimos muchos días publicando portadas enteras con el atentado, fotos realmente impresionantes que obteníamos de las agencias de noticias. En la colección de La Gaceta, en las hemerotecas, se podrán admirar estas y otras portadas que coleccioné para mí, pacientemente, hasta completar varios tomos, pero, como siempre, me desprendo de lo que no debo. Teóricamente ustedes podrían encontrar esos tomos en la biblioteca pública municipal de Garachico, si es que aprovecharon mi donación.
¿Por qué me fui de La Gaceta? Porque me aburría. Abandoné el puesto de director sin indemnización. Me la prometieron, pero no me la pagaron. Luego el periódico murió, dando tumbos, y fue una pena porque era una apuesta interesante, aunque realmente aquí en esta isla terriblemente inculta no había sitio para tres diarios. Era demasiado. La desaparición de La Gaceta se adelantó unos cuantos años a la práctica desaparición de los periódicos de papel. No sabemos el destino final de estos rotativos, ojalá sigan saliendo durante mucho tiempo porque la verdadera prensa es la de papel. La otra es un sucedáneo, aunque cuando digo esto esté tirando piedras sobre mi propio tejado.
De mi época en La Gaceta no he contado mucho, aunque una de mis dos novelas, El dedo de Mustafá, habla de mi experiencia en ese periódico. A partir de un dedo humano que recibí en un sobre, enviado por un senegalés, recluido en la prisión Tenerife II, que me leía todos los días y que quería demostrar su inocencia. Mi secretaria, Pupé, casi se desmaya cuando recibió el dedo en un sobre mugriento y ensangrentado, dentro de un plástico. Recuerdo que llamé a la policía y le envié el dedo al juez de vigilancia penitenciaria, que era Fernández del Torco. Los agentes creerían que yo me había vuelto loco, pero ¿qué iba a hacer yo con un dedo en descomposición? Pues escribir una novela.
En La Gaceta viví una época interesante. Sólo tres años. Las dificultades económicas eran notables. Tuve una buena sintonía con el presidente del consejo de administración, a la sazón Jesús Martínez, una buena persona que me quería junto a él todo el día. Yo simultaneaba la dirección del periódico con la de Radio Burgado, que vendí en 2008 a un empresario de Las Palmas, Jaime Cortezo, una excelente persona fallecida prematuramente. Trabajaba sin parar. En los días previos a mi toma de posesión tuve una subida de tensión preocupante. Me llevaron a una clínica y me tuvieron en observación, sin consecuencias. A partir de ese día tomo un medicamento que controla mi tensión, todas las noches.
Radio Burgado constituyó para mí y para mucha gente una experiencia extraordinaria. Llegó a ser, en la crisis de Radio Club tras la marcha de su emblemático director, Paco Padrón, la emisora más escuchada de las islas. Llegábamos hasta el archipiélago de Madeira y en aquellos estudios se formaron docenas de profesionales que siguen trabajando o que se han jubilado ya. Fue una escuela de radio distinta. Yo hacía el programa desde la cama.
Victoriano Fernández Asís, que presidió el tribunal de reválida de la Escuela de Periodismo de La Laguna cuando yo me gradué, dirigía el programa informativo más escuchado de Radio Nacional, me parece que se llamaba España a las ocho, desde su casa de Madrid. Yo seguí su ejemplo, pero rizando el rizo, desde la cama. Tenía una persona en producción en el estudio y otra en el control. Lo demás, puro teléfono, pero con línea convencional. Y arrasábamos. Radio Burgado fue la segunda emisora ilegal que se puso en marcha en Canarias, tras Radio Libertad de Las Palmas. Luego fueron naciendo en cadena una ilegal tras otra: la libertad de antena se impuso, a pesar de las denuncias de las legales. Tengo que recordar la benevolencia de Enrique Carreras, el ingeniero que dirigía las Telecomunicaciones. Me ayudó muchísimo y tuvo mucha paciencia conmigo, con mis armónicos y con mis locuras. En paz descanse.
Me multaron con medio millón de pesetas, por una denuncia de Radio Club, pero alguien me lo arregló en Madrid, tras un recurso interpuesto por mi amigo el abogado Ángel Isidro Guimerá, que formaba parte entonces del elenco del famoso programa El Perenquén, en Canal 7 del Atlántico. Todavía conservo la copia del recurso archivada en alguna parte.
Esto de las Memorias de la Memoria es un ir para atrás y para adelante, porque como escribo capítulo a capítulo y no leo los anteriores, pues tampoco existe un método, así que pueden resultar un poco anárquicos, tanto como mi propia vida, sin guardar orden cronológico, ni siquiera de estilo. El estilo es el hombre, dijo el Conde de Buffon en su discurso de ingreso en la Academia Francesa, en la que entró sin él solicitarlo. Y yo me ciño a la frase.
Fíjense si esto es anárquico que empecé con las Torres Gemelas y termino con que el estilo es el hombre. Mi vida ha sido un corre/corre. Algunas veces me han preguntado, en entrevistas, en coloquios, en charlas, que si me arrepiento de algo. Pues claro. Me arrepiento de casi todo y si volviera a nacer probablemente mi vida habría tomado un giro completamente distinto al que ustedes más o menos conocen.
Seguramente no me hubiera dedicado a escribir, sino como hobby, pero nunca como profesión. Ha sido muy duro, aunque haya disfrutado, me haya divertido y haya vivido bien. Pero, ¿para qué? Para nada. Para acabar escribiendo tonterías en mis largas noches de insomnio. No ha valido la pena.