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La reciente dimisión de Noelia Núñez, ex vicesecretaria general de Movilización y Reto Digital del Partido Popular, ha sido presentada por su formación como un gesto de «ejemplaridad» y «coherencia ética». Sin embargo, la operación política tras su marcha parece responder más a una estrategia de contención de daños que a una verdadera apuesta por la regeneración. Núñez abandonó todos sus cargos tras conocerse que había inflado su currículum, atribuyéndose títulos universitarios que no posee. El caso se suma a una larga lista de irregularidades en la política española que, lejos de ser la excepción, demuestran una preocupante normalización del maquillaje curricular.
Según fuentes internas del PP, la decisión de apartarla fue prácticamente inmediata, y se justificó como una forma de mantener el listón ético del partido y preservar su capacidad de crítica hacia otros dirigentes. “No puedes pedir dimisiones al PSOE si no limpias tu casa”, admiten. La propia Núñez reconoció que no podía exigir lo que no estaba dispuesta a cumplir. Pero el gesto llega tras días de presión mediática, y justo cuando algunos de sus antiguos tuits criticando currículums falseados de otros partidos fueron borrados en silencio.
El Partido Popular no ha desaprovechado la oportunidad para señalar a sus adversarios. Con un discurso que mezcla moralidad y cálculo electoral, han lanzado dardos directos a miembros del PSOE como Óscar Puente o Pilar Bernabé, acusándolos de haber cometido faltas similares sin asumir responsabilidades. Así, la dimisión de Núñez no solo busca cerrar una crisis interna, sino marcar distancias con el adversario bajo el lema: «Nosotros sí dimitimos».
Sin embargo, la imagen proyectada por el partido también plantea interrogantes. ¿Hasta qué punto se trata de un gesto genuino o simplemente de una operación de imagen? ¿Cuántas otras biografías políticas aguantan un escrutinio serio? ¿Y por qué la transparencia sigue siendo más una herramienta de ataque que un principio transversal de toda la clase política?
En lugar de abrir un debate profundo sobre la ética y la credibilidad en la vida pública, lo ocurrido con Núñez ha sido rápidamente instrumentalizado en la guerra partidista. Su dimisión, necesaria y tardía, se convierte en munición para un relato donde la autocrítica brilla por su ausencia y la ejemplaridad depende, demasiado a menudo, del color de la chaqueta.