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Premian a Adaset Goya, hasta ahora gerente del Hospital Universitario de Canarias (HUC) por su pésima gestión en las urgencias y creo que lo mandan al Servicio Canario de la Salud. Pues pobre SCS, si lo hace igual que en el hospital. Y nombran gerente del HUC, según me llega la cosa, a un tal Rafael no sé qué, que ha sido hasta ahora director territorial de sanidad en Tenerife, o como se llame el cargo, que lo cambian tanto de nombre que uno se despista. Las urgencias en el HUC siguen fatal. Tardan como doce horas en mandarte al pasillo a que la palmes o a que sobrevivas de milagro y, sobre todo, a que te cagues y te mees encima, en medio de la soledad más absoluta (mear en soledad, en un chato o en un pañal culero, es muy jodido, no digo lo otro; ya lo dice el refrán: picha española no mea sola); y con un triaje dudoso. Dicen que han metido a 23 médicos nuevos, pero no todos son especialistas en urgencias y, además, ¿cuántos se han ido? Porque el Adaset, o Adasat, que ahora ya no sé qué nombre es ese, decía los médicos que entraban pero no los galenos que se marchan, amargados. ¿Patada para arriba al gerente o patada para abajo al otro? No sé, no tengo mucha información más que una llamada telefónica de alguien, desde dentro del hospital, anoche. Ese hospital está gafado desde que Fernando Clavijo quiere ser quien mande ahí. ¿Para qué está la consejera de Sanidad? ¿Para coger nísperos? Que un hospital de la trayectoria antigua y brillante del HUC permanezca en semejantes manos me aterra. Que no hayan sido capaces de solucionar las urgencias, me aterra más. Que uno pueda morirse en un pasillo, solito y cagado, me pone los pelos de punta.

Yo he dicho que no me lleven allí, en lo posible, porque servidor con seis horas o siete sentado en plástico, muere de almorranas. Y hablando de ojos, me han bajado las dioptrías a la mitad. Hasta para eso soy un tipo raro, porque a la mayoría de la gente le suben, no le bajan. He ido al óptico y me ha dicho que ahora, con las antiparras nuevas, veo mosquitos en el horizonte, como decía mi abuelo, que no veía ni torta, pero no le gustaba que le estuvieran tocando los ojos.

El domingo actúa Juan Luis Guerra en Tenerife, un tipo que es medio obispo me han dicho, pero de una iglesia fundada por él. Estos sudamericanos son muy suyos con las religiones. Pero él sigue, dale que dale, cantando por todo el mundo y con mucho éxito. Ojalá le llueva café en el campo y pueda meter su nariz en mil peceras, que para eso tiene un corazón. No queda ni una entrada, me aseguran. Esto de los conciertos pues, qué quieren que les diga, está siendo un chollo y los promotores se están forrando. Antes, el primer espectador que aparecía por los conciertos era el pesado de la Sociedad General de Autores, a cobrar. Eran mucho peores y más pegajosos que los de Hacienda. Una vez fue un inspector de la SGAE a Radio Burgado y lo mandé a tomar por saco, pero insistió el hombre y lo llevé a comer a Los Limoneros, lo cargué y firmé un convenio muy ventajoso. Resultó ser una buena persona, un godito de estos simpáticos y, en medio de los caldos ofrecidos, el hombre se portó como un caballero, aunque cayéndose, le firmé unos pagarés y quedamos muy amigos. Incluso me llamaba en Navidades para felicitarme. Creo que habíamos compartido una novia antigua, si no recuerdo mal, que uno es muy malo para recordar novias comunes y viejas. Ya estará tan jubilado como yo. O a lo mejor se ha muerto, que Dios no lo quiera, aunque de nada vale que yo nombre a Dios si soy ateo. Es decir, que soy una mala recomendación para la divinidad. Y, por hoy, nada más. Puede que haya más cosas, pero la verdad es que no tengo ganas ni de abrir la libreta de apuntes que me mamé de Los Limoneros, porque uno no tiene ya posibles ni para cuadernos. Mañana seguro que habrá más material. Ahora me mando una arepa, un plato de papas fritas y me pongo a ver la tele, si no me he muerto antes de una indigestión. Por favor, a urgencias del HUC, no.