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Cajasiete
jueves, 16 octubre,2025

Un recuerdo para Ceferino Canteiro, cuyo destino ignoro, el famoso domador de moscas amigo mío de mis tiempos de Sevilla y de Nueva York.- ¿Contactó Lamine Yamal para sus fiestas con dos enanos de Tenerife o son rumores? El PSOE pierde, en poco más de un mes, 1,2 millones de votos y ya está por debajo de los 100 escaños en el Congreso de los Diputados (que pierde su nombre el viernes), si ahora se celebraran alecciones.

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Bueno, vamos por partes, como diría Jack el Destripador. El otro día encontré la traducción al sueco que mi buena amiga Helena Sommervalli hizo de un artículo mío titulado “Ceferino Canteiro,  el domador de moscas”, que publiqué, tiempo ha, en el “Diario de Avisos”. Una vez conocí a un tipo, en el kiosco Oliva, cercano a mi colegio mayor de Sevilla, por su escasa higiene llamado “El coño de la Bernarda”. Aún existe porque muchos años después fui, por curiosidad, a comprobar si seguía allí, cerca de la avenida Reina Mercedes, y me encontré con un remozado lugar de tapas, regentado por el hijo de Oliva, el primer propietario de “El coño”. Ahora, limpio y reluciente, con mesas impolutas y aspecto moderno. Ceferino Canteiro domaba moscas, utilizando como pista de su circo una caja de puros marca Partagás. Las moscas le duraban un par de días y luego las reponía. Eran moscas relucientes, de un tono verdoso, y Ceferino las domaba, o eso creía él, cortándoles las alas y haciéndoles superar una serie de obstáculos, por los cuales las moscas tenían obligatoriamente que transitar, ya que no podían volar por falta de alas y tampoco disponían de otro camino por el que escapar de la caja. Eran moscas cojoneras, capturadas en el propio “Coño de la Bernarda”, aunque parezca una contradicción (cojón y coño), porque allí abundancia de ellas sí había. Ceferino Canteiro se hizo amigo mío y me contó varias veces su trayectoria vital, siempre con una versión distinta, por lo que, o bien había vivido varias vidas o eran diferentes versiones de la misma. Total, que un día desaparecimos los dos, yo conducido (de las orejas) por mi padre, que me fue a buscar a Sevilla porque no disparaba golpe en la carrera –yo hacía entonces medicina— y Ceferino en busca de nuevas metas que cumplir en sus trayectorias vitales interminables.

Pero, las vueltas que da el mundo, una vez, muchos años más tarde, que intentaba yo comprar unas entradas para un musical en las taquillas de Times Square, en Nueva York, vi un murmullo en plena plaza (ver un murmullo es posible, según el fallecido sociólogo Rubén el Mono, al que Dios haya acogido en su seno) y me acerqué al grupo, picado por la curiosidad. Entonces vi a un hombre vestido de rojo, con las mismas facciones que Ceferino Canteiro, detrás de una mesita plegable, encima de la cual estaba la misma caja de puros Partagás y sus moscas. Perfectamente obedientes y atravesando los mismos obstáculos que los de Sevilla, miniatura de la Giralda incluida, paisaje diminuto al que Ceferino había añadido una figurita del Empire State, con un feroz gorila abrazado a él, como en aquella película. O sea, la versión hispalense-americana de la doma. Ceferino me reconoció y yo a él, a pesar de su disfraz, pero en honor a la verdad, y en su lógico afán recaudatorio, no me hizo mucho caso, aunque me saludó cortésmente. Vestía un impoluto smoking rojo que repelía a la vista y en él había signos de prosperidad: estaba aseado, bien peinado y con una máscara a lo Batman. Me quedé al espectáculo y los turistas y naturales (naturales de NY no hay demasiados millones, turistas, sí) recompensaron generosamente la actuación del domador y sus moscas, mientras Ceferino, en un inglés chapurreado, les ofrecía explicaciones sobre el arte de domar moscas, que como todo el mundo sabe es algo imposible, por mucha imaginación que se le añada a la cosa. Lo conté en un artículo y Helena Sommervalli tradujo mi relato al sueco y no sé si algún periódico de Suecia lo publicó. Si fue así, me alegro mucho y supongo que Ceferino Canteiro, que era hijo de un cantador de fados portugués y de una vicetiple húngara de escaso éxito profesional, según me contaba, se habría alegrado también. Nunca más supe de él, porque yo fui a la taquilla a comprar las entradas para el musical “La pequeña sirenita” y cuando volví ya no estaba allí y en su lugar bailaba un enorme Pato Donald, a diez euros la foto. Se ve que la policía había hecho una redada y Ceferino Canteiro había huido, por si las moscas, y nunca mejor empleada la expresión. Pero lo he recordado hoy, porque he hecho un recorrido por las cámaras instantáneas de Sevilla y he visto el Kiosco Oliva –antes llamado “El coño de la Bernarda”–, como la última vez, reluciente y moderno. Allí, en una de sus mesas, faltaba mi amigo Ceferino, que supongo que seguirá vivo, aunque ya con muchos años y con sus moscas renovadas y su vieja caja de puros Partagás.

Dicen que Lamine Yamal se puso en contacto con dos enanos de Tenerife. Pero es mentira.

Cambio de tercio porque me han soplado que Lamine Yamal –los madridistas lo llaman Lamine Anal, tómese esto iocandi causa— contactó con dos famosos enanos de Tenerife para su fiesta barcelonesa de cumpleaños, que tanto ha dado que hablar en las redes, como si uno no pudiera invitar a sus fiestas a quien el anfitrión desee, tenga el tamaño que tenga. Dos enanos conocidos, ligados a la información, cuyos nombres no voy a dar pero que ustedes se imaginan muy bien quiénes son; y perdón por la mala leche. Yo creo que es mentira, que Lamine, o como coño se llame, no invitó a esos enanos precisamente a su fiesta catalana, porque, además, los referidos enanos, que son gente más o menos ilustrada, se hubieran negado al cachondeo. No hace mucho se denunció, por parte de algunas personas sensatas, y en las redes, que en una discoteca de Miami se contrató a una legión de enanos, cuyo trabajo consistía en dejarse lanzar sobre unos colchones por parte de los borrachos adinerados presentes, que les pagaban 100 dólares por lanzamiento. Cuando las autoridades de la ciudad tuvieron conocimiento del hecho prohibieron esa práctica y multaron a los dueños de la discoteca, que se llevaban una comisión por cada lanzamiento. Pero, claro, los enanos se ganaban así la vida –un montón de dólares–, sin riesgo alguno para su integridad física, porque los colchones receptores eran mullidos. Pero no dejaba de ser aquello una humillación, que rechazo de plano, por supuesto. Y se les acabó el negocio, con gran cabreo de unos y de otros. En España siempre han trabajado enanos en los circos, pero, claro, los tiempos han cambiado y ahora esas prácticas, socialmente –e incluso creo que legalmente—, están muy mal vistas o prohibidas, como es lógico. Una nota, para variar. Según las empresas demoscópicas, el PSOE ha perdido 1,2 millones de votos en el último mes y está por debajo de los 100 escaños si ahora se celebraran elecciones. Creo que los sociatas andan por los 92, mientras que el PP pasa de 150 y Vox está en 54 y sigue subiendo.

Fachada del Congreso de Los Diputados, las Diputadas y los Diputades.

A Sánchez sí que le crecen los enanos. O sea, que el Congreso va a cambiar mucho, por las trazas. Por cierto, para que el lenguaje no sea sexista, vaya manía, el Congreso de los Diputados se llamará sólo “el Congreso” a partir del viernes. Yo lo seguiré llamando Congreso de los Diputados, ¿por qué cambiarle el nombre, a propuesta de los estúpidos y las estúpidas y los/las/les estúpides? Porque llamarlo el Congreso de los Diputados y las Diputadas y los Diputades sería todavía más ridículo. Y, entonces, los que hasta ahora eran redundantes e ignorantes del epiceno y de la norma académica, pues han decidido acortar y tirar por el camino de en medio. Vaya por Dios. Prefiero hablar de Ceferino Canteiro, el domador de moscas. Porque mosques sí que no hay, moscones sí. Otro día les hablaré de ellos.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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