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El espejismo del éxito tecnológico vuelve a chocar con la realidad política. Tesla, emblema del coche eléctrico y de una economía verde que se resiste a consolidarse, ha sufrido esta semana su mayor desplome bursátil en años: un 14% en un solo día. La sacudida no solo ha arrastrado la cotización de la compañía, sino que ha afectado de lleno a su principal rostro visible: Elon Musk, cuyo patrimonio personal se ha reducido en más de 34.000 millones de dólares.
Detrás de la caída no está una crisis tecnológica ni una mala decisión empresarial, sino una guerra declarada entre Musk y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. El origen: la intención del mandatario de suprimir los subsidios federales al vehículo eléctrico —hasta ahora pieza clave del modelo de negocio de Tesla—. El enfrentamiento ha escalado hasta el punto de que Trump ha amenazado públicamente con revisar los contratos públicos adjudicados a empresas del magnate, lo que ha encendido todas las alarmas en los mercados.
La reacción ha sido inmediata y contundente: una pérdida de capitalización bursátil de más de 150.000 millones de dólares y una señal clara a los inversores de que Tesla está peligrosamente expuesta a los vaivenes del poder político. En lugar de diversificar su dependencia regulatoria o reforzar su red internacional de ventas, la compañía ha apostado por una estrategia centrada en el mercado norteamericano y en las subvenciones estatales. Hoy, esa apuesta le pasa factura.
Más allá del dato puntual del patrimonio personal de Musk —que pese a la pérdida sigue siendo el hombre más rico del mundo—, lo que revela este episodio es la fragilidad estructural de un modelo empresarial que ha hecho de la imagen de su CEO y de las relaciones institucionales un activo tan grande como sus propios productos. Cuando ese vínculo se erosiona, el castillo de naipes tiembla.
Con la guerra abierta entre Musk y Trump, y con otras empresas como xAI o Neuralink también en el punto de mira, se plantea una cuestión de fondo: ¿puede una empresa tecnológica que se presenta como revolucionaria permitirse ser tan vulnerable al pulso político? El mercado ha respondido con claridad. Y no parece que haya sido una respuesta de apoyo.