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El rapero estadounidense Kendrick Lamar protagonizó el pasado domingo una de las actuaciones más mediáticas de la última década durante el entretiempo del Super Bowl. El evento más visto y esperado por los estadounidenses no destacó por la victoria de los Philadelphia Eagles, sino por el impresionante show del californiano, cargado de mensajes políticos encubiertos bajo el simbolismo.
El concierto comenzó con la aparición de Samuel L. Jackson interpretando una versión afroamericana del «Tío Sam» (más conocido como «Uncle Sam»), la personificación de los Estados Unidos y, específicamente, del gobierno estadounidense. Posteriormente, Kendrick Lamar hizo su entrada interpretando uno de sus temas mientras cientos de bailarines, todos afroamericanos y vestidos con los colores de la bandera estadounidense, tomaban el estadio. Mientras tanto, el «Tío Sam» narraba cómo el rap y la cultura afroamericana son vistos como parte del ghetto y cómo han sido excluidos de la historia oficial de América.
Tras finalizar su primera canción, Lamar afirmó: “La revolución está a punto de ser televisada. Eligieron el momento correcto, pero al tipo incorrecto”, dejando entrever cuál era la verdadera intención de su show. Seguidamente, los bailarines se posicionaron formando la bandera de Estados Unidos, mientras el cantante se situaba en el centro, dando la imagen de una bandera dividida. Con esto se pretendía representar la polarización que sufre actualmente el país debido a las disputas políticas. Mientras tanto, se podía escuchar el estribillo de su canción HUMBLE., que dice: “Siéntate y sé humilde”, reflejando la falta de humildad de la clase política.
En la parte final del evento, el rapero interpretó su canción más polémica, Not Like Us, un tema en el que critica abiertamente al cantante Drake. En esta canción, Lamar habla sobre los trapos sucios del cantautor, como su preferencia por relacionarse con chicas mucho menores que él y la relación tóxica que tiene con su madre. Esta canción le ha costado al rapero una demanda por derechos de autor, obligándolo a pagar 20 millones de dólares.
Todos estos hechos no habrían tenido tanta repercusión de no ser porque ocurrieron en el evento más visto del año y con el nuevo presidente Donald Trump presente en el estadio. Su actuación reflejó cómo el simbolismo, bien utilizado, puede ser más poderoso que cualquier discurso político.