Yo volaba en aquel avión

Yo viajaba en el avión de Spanair que tuvo problemas durante la tormenta Delta, en Tenerife, aquel noviembre de 2005. En Los Rodeos se produjeron vientos de entre 110 y 150 kilómetros por hora. Nuestro MD –creo que era un MD, pónganlo en cuarentena– fue finalmente desviado al Reina Sofía y las azafatas no podían abrir las puertas del avión, tras el aterrizaje. Tuvieron que salir los pilotos a ayudarlas y los pasajeros tampoco éramos capaces de abandonarlo, debido al ventarrón. Los calzos y los frenos del aparato no fueron suficientes y el ventarrón rodó al avión estacionado en pista. La odisea sobre Los Rodeos fue terrible. Por tres veces intentó el piloto tomar tierra, con el aeropuerto bajo mínimos por niebla, lluvia y viento, pero tras sus intentos nos anunció por megafonía que se iba al sur, también en condiciones críticas el aeropuerto, esta vez por viento. Recuerdo que en un vuelo siguiente regresaba a Tenerife, desde Madrid, el entonces alcalde, Miguel Zerolo. Cuando mi chófer me recogió en el Reina Sofía yo le iba contando por teléfono a la escolta de Zerolo dónde se hallaban las grandes piedras que casi dejaban impracticable la autopista TF-1. Así pudimos llegar los dos coches a Santa Cruz. Me fui directamente a El Corte Inglés, en cuyo edificio su director, Vicente Gómez Carrero, tenía acogidos a más de 50 clientes rezagados que no podían regresar a sus casas. Vicente les facilitó comida gratuitamente y los alojó hasta que cada uno contó con medios para regresar a sus casas. Igual ocurrió con varios empleados. Qué gran persona Vicente Gómez Carrero, el director que puso a El Corte Inglés muy arriba, enamorado de los libros, un gestor fantástico que aquí no dejó sino amigos. Lo del avión de Spanair intentando aterrizar en Los Rodeos fue una aventura. Supongo que aquellos pilotos recordarán las maniobras que tuvieron que realizar, antes de tomar la decisión de desviarse al otro aeropuerto, que también estaba técnicamente cerrado. He tenido más experiencias, estas veces más antiguas. Despegando –año 1970– del JFK en un Boeing 747 de la desaparecida TWA, el avión perdió un motor y tuvimos que regresar. Nos inflaron a champán en la terminal de la compañía. Horas después seguimos hacia Madrid, reemplazado el motor averiado. Con Aerolineas Argentinas y con la plantilla del Tete, Javier Pérez, su familia y Valdano y Cappa a bordo, salimos de Buenos Aires rumbo a Tenerife y el Jumbo también perdió potencia en un motor. Tomamos tierra en Río de Janeiro, repararon la avería y pudimos volver a despegar, tras varias horas de espera. Y, finalmente, saliendo de Madrid en un Super DC-8 de Iberia, rumbo a Tenerife, de noche, un fallo hidráulico en el aparato hizo que tuviera que lanzar casi todo el combustible en una zona de espera y volver a Barajas, donde tomamos tierra sin novedad, pero rodeados de coches de bomberos. Nos asignaron, para regresar a Tenerife, un Caravelle de Aviaco –éramos menos de 100 pasajeros–. A mí el Caravelle me encantaba. Era rápido, estable y seguro. Volé en él varias veces, sobre todo a Marruecos, con el comandante Alberto Cerezo, que en paz descanse, a sus mandos, y el viejo Amador como mecánico de vuelo. A Amador le gustaba que Cerezo volara alto para no rozar con el Atlas. Le gastábamos coñas sobre eso. Cerezo era un maestro. Me olvidaba. Durante un viaje a Gambia, recorrimos el país en una avioneta, propiedad del cónsul Shommer, María José Pérez Caldeiro, que fuera directora comercial de Radio Club, y yo. El piloto era un coronel de la Fuerza Aérea de Senegal, un tipo con mucha experiencia. Todo perfecto. Al día siguiente, haciendo la misma ruta, la avioneta tuvo un accidente, cayó y murieron todos sus ocupantes. ¿Todavía quiere usted volar conmigo?