
Fue Sánchez el que evitó que los reyes asistieran a las celebraciones de la restauración de Notre Dame. El Gobierno –o sea, él— se opuso al viaje de los reyes, ya está corriendo el rumor por ahí, causando a España un nuevo ridículo. Me extraña que el rey haya tragado; está tragando por demasiadas cosas, entre ellas por el tuteo del hortera que preside el Ejecutivo. ¿Pero quién coño se cree Sánchez que es, más que un chulo venido a más, un caradura irredento que nos avergüenza a más de la mitad de los españoles? Además de cobarde (recuerden lo de Paiporta) se atreve a dirigirse irrespetuosamente al rey, diciendo que lo dejó solo. ¿Quién dejó solo a quién, si salió asustado como un conejo rodeado de escoltas y huyó del pueblo y de sus vecinos como alma que lleva el diablo? Ayer mandó a tres ministros al funeral de Valencia por las víctimas de la DANA: a la vicepresidenta, Mazú Montero, al ministro Torres y a la ministra Diana Morant, que es una de las personas más discretas del Gobierno, o eso creo. Tiene un flequillo que parece que la lamió una vaca, pero es cuestión de gustos. El hortera nos avergonzó ante Europa no enviando un representante de España a París. Hasta el rey de Marruecos, que es musulmán, delegó en su hermano. No era un acto religioso, pero este gañán, que no ha leído un libro de historia en su vida, no entiende nada. Era un acto cultural como eso, como una catedral. Pero él es incapaz de dar una a derechas, no sabe dónde poner el huevo y además de estar rodeado por la corrupción de sus más inmediatos (y quién sabe si más) da una pobre impresión como gobernante. Nunca habíamos caído tan bajo, nunca habíamos estado en boca de tanta gente en Europa; pero para mal.

Por cierto, lo único bueno que hay en el salón de La Moncloa donde se celebran los consejos de ministros es un cuadro enorme de José Luis Fajardo que pertenece a Patrimonio Nacional. Supongo que desde la época del Gobierno de Felipe González, que incorporó, con acierto, varias obras del gran pintor lagunero. Bueno, por lo menos los que cuelgan obras en La Moncloa tienen buen gusto. Nos han enviado una foto en la que aparece el cuadro, justo detrás del hortera que preside el Gobierno, lo cual incluso le da cierto empaque al yerno de Sabiniano el de las saunas gay, que en paz descanse. No mandó a nadie a Notre Dame porque él sólo está pendiente, por lo que parece, de Notre Begoña, que un día de estos tiene que pasar de nuevo por el juzgado para recoger las querellas que todavía no obran en su poder.

Bueno, a otra cosa. Si ustedes quieren pasar un buen rato, lean el libro de Peter Carlson “Kruschev se cabrea” (Antonio Machado Libros), que es una crónica de sucesos rocambolescos, pintorescos, increíbles, que sucedieron en la guerra fría y, concretamente, durante el primer viaje que hizo Nikita Kruschev a los estados Unidos, donde se dejó tocar la calva por Shirley MacLaine y conoció a actores y cantantes como Frank Sinatra y otros. Fue un viaje esperpéntico, con Eisenhower como presidente y Nixon como vicepresidente USA. Fue a Estados Unidos el presidente soviético, mano derecha de Stalin e igualmente exterminador (todo se aprende), cogiendo por los pelos una carta ambigua del presidente USA que admitía la posibilidad de un diálogo. Un viaje esperpéntico, donde fue seguido por la CIA, por el FBI y por una legión de periodistas, pelotas, comunistas, agentes del KGB, fascistas y gente de todo pelaje.

El líder soviético se moría por conocer a Marilyn Monroe, que dijo que Kruschev, que era un enano de 1,50, “me miró como no me había mirado ningún hombre”. Kruschev era tan hortera como Sánchez, aunque quizá no tanto. Antes había ido Kruschev a Londres y el agente del M-16, el servicio secreto exterior británico, que examinó el casco de su barco, en el Támesis, apareció con la cabeza cortada, separada del cuerpo, en una orilla del río. Nadie informó de este suceso en su momento. Era un agente de elite, pero el KGB dio buena cuenta de él. Muy protagonista en el viaje a USA fue Nina, la esposa de Kruschev, que parecía la que realmente mandaba. Este viaje se produjo en 1959, anterior al que en 1960 hizo el enano ruso a la ONU, donde se quitó un zapato y golpeó con el borceguí el atril de oradores del salón de plenos de Naciones Unidas.

Por cierto que en una visita turística al edificio, en un descuido, yo me planté ante el atril y di un discurso, ante la perplejidad del guía. Tengo la foto, pero no sé dónde. Una vez, en Aruba, isla del Caribe, Fernando Fernández –yo viajaba con él—se subió al púlpito de una iglesia y dio un sermón. También tengo la foto, pero tampoco sé dónde. Las buscaré. Una última anécdota: cuando Eisenhower invitó a Kruschev a la residencia de recreo de los presidentes, en Camp David, el ruso creyó que la finca era una leprosería y al principio no quería entrar. Hasta que lo convencieron de lo contrario. Lean el libro, que todo no va a ser literatura. Por cierto, bien traducido.





