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El ministro de Exteriores de Israel, Gideon Saar, ha acusado a Sánchez de mentiroso y de antisemita, tras su deplorable actuación incitando a la masa a boicotear la Vuelta a España, por la presencia israelí, cometiendo probablemente un presunto delito de odio. Sánchez es un mentiroso compulsivo, en esto estoy de acuerdo con el señor Saar, pero en lo de antisemita discrepo. Si acaso lo es, pero de conveniencia. Si sus intereses personales y familiares aconsejaran a Sánchez estar con Israel, lo haría sin pestañear. Sánchez no tiene otra ideología que la suya propia y el pueblo palestino le importa un rábano y lo que ocurre en Gaza, dos rábanos. Pero ha visto ahí un resquicio para captar la atención de unos cuantos bobos y ha usado su sudoroso rostro –se está poniendo una pócima para que se le hinchen un poco los pómulos aplacados, estoy seguro— para ponerlo al servicio de una causa que ni comparte, ni le interesa lo más mínimo como es la palestina. Sánchez es más tonto todavía que Greta Thumberg y Ada Coláu, juntas, y lo que le interesa sobre todo es armar un follón a costa de Israel para él escapar del cerco popular y judicial al que están sometidos, él (que caerá) y su familia. Lo último que se sabe de este caradura –sostiene Entrambasaguas en El Debate— es que ocultó a su hermano y a su cuñada Matsumoto en La Moncloa, mientras el hermanísimo aseguraba, a efectos fiscales, residir en Portugal. Si lo que dice Entrambasaguas es verdad, y suele serlo, Sánchez puede ser cómplice de un presunto delito de fraude contra Hacienda cometido por su hermano, ya que oficialmente tributaba en el país vecino residiendo nada menos que en la sede del Gobierno de España y comiendo y bebiendo y durmiendo a costa nuestra. Y, es más, también podría intervenir en el asunto la Seguridad Social, en cuanto vuelva el estado de derecho a este malhadado país. Así que lo del antisemitismo de Sánchez no es de verdad, es sólo de conveniencia. Ahora, en lo de mentiroso ha acertado de pleno don Gideon, aunque esta cualidad innata del presidente es conocida ya en los foros españoles y europeos, porque desde Lutero, que trató de impedirlo, la mentira no tiene reproche social en los países que se decantaron por el catolicismo tradicional. Y más en España, cuna de Rinconete y Cortadillo, un país abandonado y atravesado por los Pirineos, donde rigen leyes sociales distintas y donde la mentira, si cuela, es un mérito, no un demérito social. Aquí al que miente se le premia y al que roba y no lo trincan, mucho más. Estaremos al loro a ver si hay que añadir alguna cualidad más a este aprendiz de sátrapa, que está metido en tantos charcos que inevitablemente va a acabar, al menos, con el agua al cuello.