El mago, cuando llega el verano, coge fuelle a través de cuchipandas, romerías, bailes de magos, programas de televisión y bucios atronadores que te joden la siesta. El verano es la estación del mago, prolifera el olor a carne de cabra y la cochinada de las pelotas de gofio, que el mago amasa con las manos sucias de rascarse las otras pelotas, las suyas. El tambor gomero, que es una pesadilla, te estropea los tímpanos, cuando no el herreño que a la única que no le hacía daño era a la pobre Valentina la de Sabinosa, paz descanse. Todo queda aderezado con la consideración de isla al islote de La Graciosa, que es otra magada, esta vez parlamentaria y a instancias no sé si del PP o de Coalición Canaria, que son tan magos como los diputados socialistas (con alguna excepción entre todos ellos), destacados en la cámara legislativa regional. Yo he sido siempre un estudioso del mago. Estoy de acuerdo con aquel alcalde lagunero que repetía que “ni el Ford es coche, ni el mago es persona”, me parece que fue don Lupicino Arbelo. El mago, sea político, cura o seglar, tiene una forma de comportarse especial. Recuerdo aquella anécdota que contaba siempre Ángel Isidro Guimerá, a quien Dios haya acogido, obtenida en los juzgados durante sus años de ejercicio profesional. Ejercía de párroco en Tejina un cura, que era muy bruto, y pronunció un domingo cierto sermón disparatado contra no sé quién, cuando un feligrés, desde luego más culto que el cura, sentado bajo el púlpito, y respondiendo a uno de los exabruptos del eclesiástico, le gritó, en medio de la iglesia: “¡Burro, que eres un burro!”. Denunciado el caso ante el juzgado competente de La Laguna, el juez interrogó a uno de los testigos aportados por la acusación y le conminó: “Diga ser cierto que ese sujeto, el acusado, llamó burro al señor cura párroco”. A lo que el testigo, sin inmutarse, respondió: “Mire, señoría, yo no sé si se refería o no al señor cura allí presente, pero allí otro burro no había”. El tema quedó zanjado con una pequeña multa de quince o veinte pesetas y ahí se acabó la historia. Hay magos en todos los estamentos de la sociedad, incluso en el clero. Conozco curas que son más vendedores de loterías que sacerdotes, como uno en particular, que cobra no sé cuánto por las misas gregorianas, que son treinta, y que les soplaba a los fieles 300 euros por la ristra de celebraciones. Un verdadero sinvergüenza. Este cura vendía lotería en Navidades y se ganaba no sé cuánto en cada décimo. Creo que lo suspendieron, lo cambiaron de parroquia y ahora sigue de párroco, pero vigilado por la superioridad. Da igual, a mí me cae bien ese eclesiástico, porque de algo tiene que vivir el pobre, no de las miserias que le paga el obispado. En fin, que estos son los meses del mago peludo y en los que el mago peludo nada como pez en el agua, ente el sonido del tambor de Valentina y los pasitos cortos de los porteadores herreños, que agarran a la Virgen de los Reyes y no la sueltan en todo el verano, entre paseos por la dehesa y unas cargaceras impresionantes (no de la Virgen, sino del mago).
lunes, 1 diciembre,2025





