Voy con mi diario. Me dirijo a la Óptica Iriarte, a cambiar los cristales de unas gafas Santos Dumont, de Cartier, que despiertan la admiración del especialista y me encuentro con un hotelero.
Dice que su establecimiento está a tope, lo mismo que todos los hoteles del Puerto de la Cruz. Un taxista que me lleva a Simeón e Hijos, a cambiar el aceite del coche, me cuenta lo mismo: no paran de trabajar. Yo lo veo, porque hay colas en la Plaza del Charco para encontrar un taxi. El Ayuntamiento debería revisar eso y en los días de demanda, abrir la mano. Antañazo el Puerto traía coches del Realejo para reforzar su parada de taxis. Pero en contadas ocasiones. La rivalidad con La Orotava hacía que solicitaran taxis a Los Realejos. Esa rivalidad la creó, primero, la antigua dependencia a la Villa (el Puerto era un pago de la Villa, o lo que fuera) y luego, más modernamente, el fútbol. Yo recuerdo a un guardia civil al que llamaban El Negro, en tiempos de Franco, dar leña, con ensañamiento, a la afición portuense que armaba líos de escasa importancia en la Villa, en el campo de Los Cuartos. Era un hijoputa el tío. El estadio está pegadito al cuartel y allí sigue. Un estadio precioso, con un césped primoroso.
Me han dicho que los Polanco están decididos a abrir el Gran Hotel Taoro en marzo/abril. Ya tienen hasta los muebles y todo está casi listo para darle el último empujón a la obra. Dicen que será el mejor establecimiento hotelero de Canarias y el Cabildo ha contratado la obra de adecentamiento de los jardines del parque, de la Montaña Miseria (su nombre original), ya en marcha, que estaban hechos una pena. No sé qué hará el Cabildo con el hangar pomposamente llamado “palacio de congresos”, que afea el paisaje de aquel bellísimo entorno de estilo inglés, con mansiones realmente bellas y edificios y hoteles estupendos, renovados, como el de Marichal/Gómez/García Garzón, el antiguo Miramar, llamado ahora Atlantic Mirage; y el Tigaiga, cuyos jardines son también muy bonitos. Por cierto, también permanecen a tope de ocupación o con muy pocas camas disponibles. El único problema que va a tener el Taoro es el de los aparcamientos, muy escasos, sobre todo por la cantidad de coches de alquiler que contratan los huéspedes. No hay aparcamientos en todo el Puerto y menos cuando llegan las fiestas (que es casi siempre) y ocupan la explanada del fallido parque marítimo. Es un milagro, y toco madera, pero hoy no ha ocurrido nada en mi ajetreada vida. Lo digo con cautela, porque cuando escribo es viernes y son las ocho de la noche.
He salido a la calle, me encontré al empresario del que hablé al principio, he saludado a un par de elementos, he ido a la óptica y me he puesto a leer un rato a González-Ruano antes de comenzar el libro “Me gusta la fruta” (Deusto), del que es autor Cristian Campos, una especie de biografía de Isabel Díaz Ayuso, que ha tenido una actuación estelar en Santander, en la Conferencia de Presidentes Autonómicos (estaba allí Clavijo), en la que Sánchez ha estado bastante discreto. Parece que va aprendiendo. La presidenta del Supremo, Isabel Perelló, le ha trasladado al sátrapa que ya está bien de hablar de los jueces, que más bonito andaría callado. Con otras palabras, claro. Por lo demás, me he pasado la tarde escuchando música de la que a mí me gusta, de los 60/70. Y así pasó mi viernes. ¿y el de ustedes?
Por cierto, maravilla de movimiento en el puerto de Santa Cruz con los cruceros. No paran. Y eso le da una animación a una ciudad cada vez más sucia, Santa Cruz, que debería espabilar un poco porque de ser la más bella del Atlántico ha pasado a ser mucho más sucia que Agadir y otras más cercanas, como Las Palmas. Ah, en Las Palmas se produce una invasión de ratas que hasta se meten en los escaparates de los comercios. Vas a comprar un bolso y te lo dan con rata incluida. Dicen que es una plaga, pero las plagas se producen porque los encargados de mantener la salud pública están apollabobados. Porque si echan veneno, las ratas se acaban. Se trata de una fórmula matemática.
