

Juan-Manuel García Ramos ha escrito una novela, “La expulsión del paraíso” (Mercurio), que ha superado a toda su obra anterior. Claro que esto puede ser subjetivo, porque a mí “El Inglés” me encantó y “El zahorí del Valbanera” también. Pero esta es la novela de su absoluta madurez como escritor. El ganador del premio Pérez Armas con “Malaquita”, que tuvo un prólogo de José L. López Aranguren, ha construido ahora un relato partiendo de un personaje un tanto surrealista, llamado el General (bueno, también pueden llamarlo Cristoph de Sant Antoine— y una enamorada isleña a la que el General llama la Princesa (aunque también la pueden llamar Elba González Mirabal), partiendo de paisajes originales de Martinica y de Tenerife, con un final que uno no espera –no haré spoiler—, una narrativa convincente y hasta misteriosa, perfectamente escrita y que cautiva. No es una novela de aventuras, aunque podría serlo, y recoge la esencia rural de Canarias con maestría y el amor con mayúsculas; y en este campo de los afectos hace descriptible lo indescriptible. En medio están presentes su obsesión con la Atlanticidad –que creo que es un término suyo—y la exactitud de los datos europeos que aporta, datos que nos hacen subalternos del continente y que, en realidad, nos acercan mucho más a Europa que al otro continente que está pegado a las islas y que no nos aporta otra cosa que sobrepoblación. Descriptivamente, el texto es una joya; socialmente me parece de un realismo impecable; a la hora de abordar una ficción rara—como raras son las islas— es una obra maestra. Con una fuerte carga sexual, por cierto. La he leído con gusto y me hubiera gustado hacerlo antes, aunque la obra acaba de ponerse a la venta hace un mes, o algo así. La asfixia de las islas y sus tabúes, la virulencia de las medianías, la brutalidad de algunos de sus habitantes, los intrincados senderos del amor están tan bien retratados que me he quedado gratamente sorprendido con la capacidad de Juan-Manuel para contar ciertas cosas que no son comunes en los relatos de los mejores escritores de las islas. Y uno siempre se alegra de que un amigo explote en su narrativa, como así ha ocurrido.

En fin, cambio de tema y hago un viaje a Nueva York, donde nuestro corresponsal Félix A. Lam y nuestro amigo el director de la revista on line “Fama”, editada en Miami, Al Vasquez, se escribe así, han visitado el New York International Auto Show. Con las medidas de Trump, este salón anual adquiere gran relevancia, porque los americanos se van a aficionar cada vez más a los coches fabricados en los Estados Unidos. Yo siento debilidad, por ejemplo, por los Mustang, que son el gran emblema deportivo de la Ford. Detroit va a renacer de sus cenizas.

Félix me ha enviado unas cuantas fotos que quiero que ustedes vean, aunque no tomó demasiadas de los modelos expuestos, algunos de ellos auténticas maravillas. Yo fui el primer español que importó un atrevido coche americano que tuve que homologar por mi cuenta, un Hummer H-3, una verdadera maravilla. Pero como me aburro de todo, lo vendí hace ya años. Llamaba la atención. La Guardia Civil de Tráfico me paraba para ver el coche, según me reconocieron algunos agentes. Llamaba la atención. Todavía tengo la primera matrícula del Estado de Florida: Chaves3, de noviembre de 2006.

Me intentó caer encima todo el mundo, la puta Hacienda, Industria. Vencí todos los obstáculos, uno a uno y logré matricular el coche en España. Fue todo un espectáculo. ¿Me creerán ustedes si les digo que me costó, además de dinero, un archivador entero repleto de papeles? La burocracia era, y es, absurda, increíble en un país de la Unión Europea. Son unos putos paletos, pero al final gané la batalla. Yo creo que ha sido la única batalla que he ganado. Ahora Félix me ha recordado cuando compré un Mustang en los Estados Unidos, pero lo dejé allá porque era imposible, en aquellos tiempos, disfrutarlo en España. Lo disfruté, eso sí, en las carreteras americanas, mucho más agradables. Con él hice la Ruta 66 y me divertí lo que no está en los escritos.






