Hay nombres que, cuando aparecen en un mapa, te arrancan una sonrisa incrédula. Estás en el extremo atlántico de Canadá, entre fiordos y bosques boreales, y de pronto lees “Tenerife” sobre una loma que mira al mar.
El Pic a Tenerife es una cumbre de 545 metros en la costa oeste de Terranova, dentro del Parque Nacional Gros Morne y su nombre no es casual: lo bautizó James Cook en 1767, al final de sus campañas hidrográficas en aquellas costas.
Casi una década más tarde, en agosto de 1776, el propio Cook fondearía en Santa Cruz de Tenerife rumbo al Cabo de Buena Esperanza, pero antes de eso el afamado capitán ya se acordaba de “la muy leal, noble e invicta”.
La montaña en cuestión se alza junto a la comunidad costera de Glenburnie. Es modesta en altura, pero singular por el entorno glaciar que la rodea.
Un lugar único
Gros Morne es uno de los paisajes más didácticos del planeta para entender la tectónica de placas.
El icono es The Tablelands, un altiplano de rocas ultramáficas (peridotitas) que afloran desde el manto terrestre: tonos ocres, casi sin vegetación, un paisaje que parece de otro mundo.
A pocos kilómetros, el Western Brook Pond —un fiordo de agua dulce encajado entre paredes verticales— regala la estampa más célebre del parque, con paseos en barco en temporada y un sendero llano de 3 km hasta el embarcadero.
¿Aurora boreal? También
En estas latitudes la aurora boreal es un premio posible en noches frías y despejadas, lejos de la contaminación lumínica.
No está garantizada, pero cuando el cielo coopera la cortina verde se deja ver sobre los fiordos y las mesetas rojizas, añadiendo un guiño polar a este “Tenerife” canadiense.





