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Cajasiete
viernes, 28 noviembre,2025

¿Ha convertido Sánchez a España en un negocio familiar y partidista?

La cosa ha pasado de castaño oscuro a negrura absoluta. A mis “y tantos” años he visto caer a altos funcionarios de la administración, a ministros y hasta presidentes, pero nunca había presenciado un espectáculo de decadencia ética tan bochornoso y tan familiar. La orquesta socialista, esa que lleva años vendiéndonos la ética y el progreso, se ha desmoronado, no por un error, sino por un cúmulo de escándalos que, si ocurrieran en cualquier república bananera, ya habrían provocado una revuelta en la plaza del pueblo.

Lo de menos es el famoso Caso Koldo. Un tal Koldo, el chico de los recados, montando un chiringuito de mascarillas con nocturnidad y alevosía, mientras media España estaba encerrada en casa. Es la foto perfecta de la España del aprovechamiento: mientras tú te jugabas la vida, ellos se jugaban las comisiones. Pero lo verdaderamente escandaloso no es el chico, sino la red de complicidades que permitió que ese fango llegara tan arriba. Lo que investigan ahora es un entramado, no un accidente.

Y luego está la Moncloa, que se ha convertido en una especie de apartamento familiar investigado. Que se investigue a la esposa del presidente, a Begoña Gómez, por presuntas influencias en negocios privados ya es el colmo. Es un asunto gravísimo que socava la confianza en la institución más alta del Estado. Pero es que, además, la sombra de la sospecha se extiende hasta Badajoz, donde el hermano del presidente, David Sánchez (alias ‘Simón’), ocupa un cargo público con más preguntas que respuestas sobre sus funciones y su sueldo. Es un chiste de mal gusto. Un chiste que nos cuesta el dinero a todos.

Me pregunto: ¿De verdad nadie ve el patrón? Lo de Leire Díaz, la supuesta financiación irregular, las cloacas de la Fiscalía… Todo apunta a un estilo de gobernar donde la ética pública es papel mojado y donde las fronteras entre el interés particular y el interés general se han borrado con disolvente.

Hablemos claro. ¿Qué me dicen de la Fiscalía? El Fiscal Ortiz, ese que no fue ministro pero que fue mano derecha de la que sí lo fue (Dolores Delgado) y ahora parece ser el abogado del Estado a las órdenes del Gobierno. La justicia no solo debe ser justa, debe parecer justa. Pero cuando vemos cómo se manejan los tiempos, cómo se filtran los documentos, cómo se usan las instituciones para intentar tapar el agujero en lugar de sanearlo, lo que tenemos es la confirmación de lo que muchos temíamos: la politización de la justicia es un cáncer que ya ha hecho metástasis.

El PSOE, el partido de la historia y las luchas obreras, se ha convertido en una agencia de colocación y una caja de sorpresas judiciales. Y la peor noticia no es que haya corrupción (eso, tristemente, siempre ha existido), sino la indiferencia o el cinismo con el que sus líderes intentan despachar estos asuntos, hablando de «bulos» o de «acoso de la ultraderecha». No, señores. Los papeles no mienten, las cuentas no mienten, y las comisiones tampoco.

Pero el espectáculo no acaba en los juzgados. El Gobierno de Sánchez, envuelto en este cenagal, es a la vez un Gobierno sin cimientos.

La reciente ruptura de Junts con el PSOE ha dejado a Ferraz y a Moncloa con el trasero al aire. El ‘banco’ de la investidura ha quebrado y, de repente, la mayoría Frankenstein que nos vendieron como sólida se ha esfumado. ¿Y qué significa esto?

Pues significa que España no tiene un presupuesto para este año. Es una obligación legal presentar el borrador de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) y, en medio de esta borrasca, Sánchez ni siquiera ha podido ni querido presentarlos. Estamos abocados a la prórroga y a la parálisis económica, y eso es una irresponsabilidad histórica. El país, con graves problemas económicos y sociales, está siendo gestionado con las cuentas viejas de un año superado, porque el inquilino de la Moncloa solo tiene tiempo para capear el temporal judicial y salvar la cara.

Y aquí viene el toque de cinismo que a mí me revuelve el estómago. Con todo este fango alrededor, con su mujer investigada, su hermano en el limbo y su gobierno sin números, el señor Sánchez tiene la desvergüenza de pedir la dimisión de otros. Es la política del espejo sucio: señalar al vecino para que nadie mire la mugre de tu propia casa. Él, con el armario desbordado de trapos sucios, dice que quiere agotar la legislatura.

¿Agotar la legislatura? No, señor. Lo que está agotando es la paciencia de los españoles y la credibilidad de las instituciones.

Yo les digo una cosa: el periodismo valiente, ese que molesta y pregunta, es el último dique que queda. No me creo la milonga de que el presidente no sabía nada de lo que pasaba en su casa o a su alrededor. Es insultar a nuestra inteligencia. El hedor a podrido que sale de la Moncloa no se quita con ambientadores de propaganda; se quita con dimisiones, rendición de cuentas y, si toca, con prisión.

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LECTOR AL HABLA