En Canarias, más de la mitad del parque inmobiliario tiene más de 40 años y un porcentaje significativo supera ya los 50. Aunque muchas de estas viviendas han sido testigo de historias familiares, cambios generacionales y transformaciones sociales, hoy se encuentran frente a un desafío inevitable: el tiempo. El envejecimiento del parque inmobiliario es uno de los grandes problemas silenciosos del sector, y 2026 se dibuja como un año clave para afrontarlo.
Durante décadas, la construcción en las islas estuvo marcada por un ritmo intenso, especialmente en los años 70, 80 y 90. El resultado: miles de edificios levantados con normativas más permisivas, materiales que hoy no responden a los estándares actuales y diseños poco eficientes desde el punto de vista energético. Lo que entonces era adecuado, hoy genera un impacto directo en el consumo, en el confort, en la seguridad y, por supuesto, en el valor de mercado.
La rehabilitación no es solo un asunto estético. Es una cuestión de sostenibilidad, habitabilidad y competitividad financiera. Las viviendas antiguas consumen entre un 40% y un 70% más de energía que las nuevas. Mal aislamiento, carpinterías deterioradas, instalaciones envejecidas, cubiertas vulnerables y humedades recurrentes convierten muchos inmuebles en espacios que no solo pierden valor, sino que se vuelven caros de mantener y difíciles de vender.
A ello se suma un factor crucial: la accesibilidad. Canarias cuenta con un gran número de edificios sin ascensor, con barreras arquitectónicas significativas y sin adaptaciones para personas mayores o con movilidad reducida. En un archipiélago donde la población envejece rápidamente, esta carencia se convierte en un obstáculo social y económico. La rehabilitación, por tanto, ya no es una opción: es una responsabilidad urgente.
Las ayudas públicas están contribuyendo a poner este tema en el centro del debate. Los fondos europeos para la eficiencia energética y los planes estatales de vivienda han abierto la puerta a subvenciones que pueden cubrir desde el 40% hasta el 80% de algunas obras. Aun así, muchos propietarios siguen percibiendo la rehabilitación como un proceso costoso y complejo. Pero la realidad es clara: una casa que no se renueva, se devalúa.
El mercado inmobiliario está reaccionando. Cada vez más compradores buscan inmuebles listos para entrar a vivir, con calidades modernas y eficiencia energética alta. Esto está generando dos tendencias paralelas: por un lado, la revalorización de las viviendas reformadas; por otro, la depreciación progresiva de aquellas que acumulan décadas sin mejoras. En barrios consolidados de Tenerife y Gran Canaria, las diferencias de precio entre viviendas rehabilitadas y no rehabilitadas ya pueden superar el 25%.
La rehabilitación no debe verse como un gasto, sino como una inversión estratégica. Mejora la calidad de vida, reduce costes energéticos, incrementa el valor de mercado e incluso impulsa la cohesión comunitaria cuando se acometen obras estructurales en todo un edificio. Además, permite mantener vivo el patrimonio arquitectónico local, en lugar de reemplazarlo de manera masiva con obra nueva.
Pero para que la rehabilitación avance, es necesaria una mayor cultura de mantenimiento. En Canarias, tradicionalmente se ha invertido mucho en compra, pero poco en conservación. Cambiar esta mentalidad es clave si queremos un parque inmobiliario seguro, eficiente y adaptado al siglo XXI. Las administraciones deben facilitar los trámites, los profesionales deben guiar a los propietarios y las comunidades deben comprender que posponer reformas solo incrementa el coste final.
Mirando hacia 2026, el mensaje es claro: si no rehabilitamos hoy, pagaremos mañana. Las viviendas envejecen, pero también pueden renacer si se actúa con planificación, visión y responsabilidad.
La Canarias del futuro dependerá, en gran parte, de cómo cuidemos la Canarias que ya está construida. Y ese futuro empieza ahora.







