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Saturday, July 6, 2024

Only one left!

El pasado lunes fue, sin duda, mi peor día del mes. Desde por la mañana hasta bien entrada la madrugada, cuando finalmente pude dormir, me enfrenté a situaciones cotidianas que cualquier persona ha sufrido alguna vez. En mi caso, no siempre sucede que todas se acumulen en solo unas horas.

A las ocho, recién levantado y todavía somnoliento, me dirigí a la cocina con la esperanza de encontrar una fuente de motivación en forma de galletas. Abrí la lata con la misma emoción que un niño en Navidad, solo para descubrir que… ¡solo quedaba una! La miré como si fuera un tesoro perdido, pero también con la tristeza de saber que se acabaría en dos mordiscos. Con resignación, preparé el café, me senté y disfruté de mi solitaria galleta mientras me repetía a mí mismo que haría la compra más tarde. O tal vez mañana.

Unas horas después, tras presentar una propuesta a un cliente, descubrí al pagar el aparcamiento que solo tenía un euro en el bolsillo mas chiquito. Intenté hacerlo con la tarjeta, pero, para mi desgracia, el tipo del parking no la aceptaba. Terminé dejándole el DNI para ir a un cajero próximo y sacar un billete pequeño con el que abonar las dos horas de descanso -de sombra y sin multas- de mi destartalado coche.

Al llegar a casa y tras almorzar algo, me dispuse a lavar ropa. Pero al momento de tenderla, solo quedaba una traba. Me sentí como un maestro del equilibrio, tratando de colocar camisas, calcetines y calzoncillos sin que volaran con el viento. Al final, usé la pinza como sujeta-todo, lo que resultó en una especie de estatua moderna de ropa.

Por la tarde, las urgencias del día no daban tregua. Tras la escultura de ropa, sentí un apresurado llamado de la naturaleza y me dirigí al baño. Sentado y una vez concluida la acción, me di cuenta de que solo quedaba un poco de papel higiénico. ¿Qué tan poco? Lo suficiente para hacer dudar a cualquiera sobre su capacidad de administración. Contemplé la situación como un capitán ante su barco naufragando. Hice lo que pude con lo que tenía y decidí que, esta vez, la compra sí que no podía esperar.

Cuando empezó a caer la tarde, intenté ver uno de los partidos de la Copa de Europa, pero el control remoto de la TV no respondía. Al intentar cambiar las pilas, descubrí con horror que en la gaveta solo quedaba una batería. ¿Intentar ver la tele a la vieja usanza, presionando botones en la pantalla? ¡Imposible! Decidí practicar la táctica de calentar las viejas pilas frotándolas fuertemente, pero ni eso funcionó. Casi al final del encuentro descubrí que una vieja y una nueva -me refiero a las baterías- pueden coexistir al menos un ratito.

Finalmente llegó la noche y con ella una cita muy esperada. Luces tenues, un poco de música, «limoncellos» en pequeños vasos bien fríos… ya saben, lo normal en estos casos. Las cosas se pusieron interesantes y, en el momento crucial, busqué en el cajón de la mesita de noche. Solo quedaba un preservativo. Por lo menos es uno, pensé, aunque la presión de hacer que ese único preservativo funcionara como una obra maestra era palpable. Decidí no permitir que otra falta me arruinara el día, prometiéndome ser un comprador más responsable a partir de ahora.

Analizando lo sucedido en tan pocas horas, aprendí la lección: solo quedaba un@ de todo lo importante. ¿Quizás era el universo diciéndome que debería ser más previsor? O tal vez solo era un día de esos en los que la ley de Murphy se manifiesta en forma de galletas, monedas, pinzas, papel higiénico, pilas y preservativos. De cualquier manera, decidí que al día siguiente iba a hacer la lista de la compra y, por una vez, cumplir con ella.

Porque, al final, hay días en los que “solo queda un@”, pero la verdadera cuestión es: ¿qué hacer para manejarnos bien en esas situaciones? Y sobre todo, ¿cómo aprendemos a reírnos de ellas?

Don Paco
Don Paco
Contributor to elburgado.com

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