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Saturday, July 6, 2024

Refugees: more human than their creators

En 1982, Harrison Ford protagonizó una de las películas más icónicas e influyentes de la historia del cine: Blade Runner. Esta película exponía en un futuro no muy lejano una distopía, es decir, una jungla de acero y tecnología en la que el planeta Tierra no era un lugar idóneo para vivir. Las personas querían dejar la Tierra atrás. El único objetivo vital era conseguir un pasaje de ida a las colonias del mundo exterior. Sin embargo, para ello había que cumplir una serie de requisitos que en muchas ocasiones eran insalvables.

Una corporación llamada Tyrell Corporation podía crear replicantes o robots. La última generación que había creado esta corporación se conocía por Nexus 6. Los integrantes de esa última generación de replicantes eran enviados a otros planetas para hacer las tareas más difíciles, aunque la vida de estos replicantes seguía siendo limitada en el tiempo.

Los replicantes, aunque eran robots, tenían consciencia y no entendían cuál era el motivo por el que tenían una vida limitada en el tiempo. Entonces, dejaron de cumplir las labores que tenían encomendadas y decidieron ir a la Tierra en busca de su creador para ver si podían vivir más tiempo. Cuando uno de los replicantes rebeldes logró hablar con el responsable de la Tyrell Corporation, se da cuenta que su anhelo por vivir más era imposible. El administrador de la Tyrell Corporation era un personaje antagónico en la película. Pero en un momento épico de la historia del cine, el regente de la Tyrell Corporation se fusiona con el resto de los personajes e incluso con cualquier espectador que pudiera estar viendo la película. Ese momento sublime ocurre cuando el responsable de la Tyrell Corporation le dice al replicante rebelde lo siguiente: “Nuestro lema en la Tyrell, más humanos que los humanos”. Ese mensaje tan desgarrador lo que venía a significar era que los humanos se habían deshumanizado y que los replicantes eran los que estaban preocupados por ser humanos. No hay nada más humano que querer vivir más tiempo y hacerse preguntas de tu propia existencia.

El 20 de junio de cada año se celebra el Día Mundial del Refugiado. Me gustaría hacer una pequeña reflexión de lo que supone para cualquier persona moverse de un país a otro. Y ese es justamente el punto de partida: moverse de un lado a otro. Qué sencillo. Ir de un lado a otro, aunque sea por simple curiosidad, es una de las características más humanas y entrañables que existen. Hasta no hace mucho tiempo, los únicos obstáculos que encontraba en sus movimientos una persona en su trayectoria vital eran de tipo geográfico: el mar, una montaña, un río o un desierto. Los accidentes geográficos forman parte de la vida. O simplemente podías tropezarte no con un gran accidente geográfico, sino con el inevitable factor temporal: con el tiempo. Podía avecinarse una larga travesía, pero con algo de paciencia acababa sin mayor problema. Sin embargo, en la actualidad, además de los obstáculos geográficos nos encontramos con las dificultades jurídicas. Parece que los accidentes geográficos se han reconvertido a férreas barreras jurídicas. La combinación de los inconvenientes geográficos y jurídicos es muy difícil de lidiar. Con la legislación actual, si no tienes dinero o recursos financieros, para ir desde un país subdesarrollado al primer mundo tendrás que esperar un largo tiempo para exponer tu caso y alegar básicamente la vulneración de un derecho fundamental, si llegas al destino. Es decir, algo tan humano como es ir de un lado a otro se está convirtiendo en algo inhumano. Los refugiados y cualquier persona que va de un lado a otro tienen un planteamiento muy sencillo y loable: querer ser humanos. Tan sencillo como eso. Y no seamos ingenuos y demagogos: no todas las personas se van a ir de pronto a un mismo sitio. Tal como está el panorama actual, haciendo un símil con Blade Runner, está claro que los refugiados son más humanos que sus creadores.

En 1993, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos seleccionó Blade Runner para su conservación por ser “cultural, histórica o estéticamente significativa”.

Este artículo se lo dedico a la memoria de mi padre, quien, con dieciséis años, en 1953, partió hacia Venezuela desde la isla de La Palma. Allí conoció a mi madre que había llegado desde Tenerife. Ambos se movieron hacia el otro lado del océano Atlántico y allí se encontraron.

Jaime Díaz Fraga
Jaime Díaz Fraga
Lawyer. Contributor to various media.

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