Si no fuera por los jueces, competentes, incorruptibles, profesionales, seríamos ya una república bananera sudamericana. El juez Llarena, cumpliendo estrictamente la ley, mantiene la orden de detención contra Puigdemont: si entra en España será detenido y puesto a su disposición. No va a ser tan fácil aplicarle la amnistía a medida que Sánchez le ha concedido.
Yolanda Díaz, 24 horas después de dimitir, dice ahora que no, que se queda como coordinadora (¿) de Sumar en La Moncloa y como miembro de la Ejecutiva. Desprestigiada, sin votos, la nueva doña Rogelia se lo ha pensado mejor, porque corre peligro su puesto de ¡vicepresidenta del Gobierno!
Media familia de Sánchez puede ir al talego. A lo de Begoña, que tiene lo suyo, se une lo del hermano, el director de orquesta que trabaja en España –es un decir– y tributa en Portugal, en un curioso carrusel, con un aumento de su patrimonio desmesurado. No se cortan los tíos. Y el propio Sánchez que se ate los machos. Y el que avisa no es traidor.
El fiscal general, que ya ha reconocido que fue él quien autorizó la filtración espuria de los datos del novio de Ayuso, tiene un problema con la revelación de secretos. ¿Qué se puede pensar de un país cuyo fiscal general hace eso? ¿Quién va a creerlo? Ahora se entretiene en orientar a sus subordinados en cómo tienen que aplicar la ley de amnistía. Pero los jueces no van a tragar y yo creo que muchos fiscales tampoco. La dependencia hacia el Gobierno de la Fiscalía General del Estado, ya confirmada hace años por Sánchez, me parece vergonzosa. Y a este García Ortiz se le ve la patita desde hace tiempo.
Sánchez no ha ganado una elección. Y su imperio se derrumba. Las europeas fueron un castigo mayor del esperado: pérdida de votos, cuatro puntos de diferencia con el PP y dos diputados (aumentando los populares en nueve eurodiputados su cuota y bajando uno el PSOE de la suya). La corrupción aumenta exponencialmente y la apariencia de estado fallido va en aumento. Sólo la economía resiste, pero Sánchez ejerce algún tipo de magnetismo sobre un PSOE descalabrado.
En Cataluña, Sánchez ha vendido a Illa. De momento, la matraca le arrebata la Mesa al ganador de las elecciones. Y la maniobra de Puigdemont, permitida por Sánchez, puede quitarle la presidencia a Illa, si se atreve a venir y no lo trincan antes de entrar en el Parlamento. Es capaz de cualquier cosa, aunque supongo que lo atraparán en los Pirineos, si no entra vestido de lagarterana. La votación para elegir a la Mesa fue de lo más curiosa.
El presidente de la Mesa de Edad permitió el voto de dos diputados ausentes, con lo que supongo que lloverán los recursos de impugnación. La justicia es lenta, pero inexorable, aunque con este TC no se sabe. Demasiado cercano a Sánchez e incomprensibles decisiones de Conde Pumpido, socialista irredento. Esta es la radiografía del país. Pero nos queda la justicia, desde el juez más humilde hasta los del Tribunal Supremo. Si no fuera por ellos España ya sería Nicaragua.
