Tuve la suerte, hace ya años, de corregir un manuscrito de Alejandro Cioranescu sobre la historia del Jardín Botánico, cuyo resultado de mi trabajo –y del suyo, mucho más— fue un libro editado por el ICIA, Instituto Canario de Investigaciones Agrarias, organismo dependiente del Gobierno autónomo. Supongo que ese libro, que ni siquiera ha sido traducido al menos al inglés, se sigue vendiendo en el Botánico a los turistas españoles. Por cierto, que el manuscrito de Cioranescu estaba muy mal escrito y me tuve que emplear a fondo para meterlo a camino. Por eso puedo hablar con conocimiento de la historia del jardín, en cuyo esplendor tanto tuvo que ver la familia del catedrático de la Universidad de La Laguna, una autoridad mundial en botánica, mi amigo Wolfredo Wildpret. Con Wolf hablo de vez en cuando, sobre todo los domingos, cuando él me llama desde su refugio atlántico porque ha leído algún artículo mío, para comentarlo. Y me resulta inconcebible que una obra tan impresionante como la realizada por el estudio –entonces— de arquitectura de Menis, Artengo y Pastrana, que está terminada a falta de detalles, no se haya abierto al público. Fíjense que murió el pobre Pastrana sin ver inaugurado el edificio y que Artengo y Menis ya no tienen nada que ver, va cada uno por su lado y ambos siguen siendo arquitectos brillantes, como lo era su compañero fallecido. El edificio es precioso y junto a él fue construido, aunque no terminado, desde hace más de diez años, un estanque para la exhibición de plantas acuáticas. El conjunto es una maravilla, la maqueta existe y el edifico está ahí, pero no se usa. Está como detenido en el tiempo y ha costado una millonada. No sé qué ignorantes habrán asumido, en este y en anteriores gobiernos regionales, la Consejería de Agricultura, ni siquiera sé si existe hoy esa consejería, ni me voy a molestar en averiguarlo. Pero me parece vergonzoso que se trate así a una instalación como es el Jardín Botánico, fundado por el marqués de Villanueva del Prado a costa de disgustos y de aportaciones económicas personales, bendecida por la Corona y de prestigio en todo el mundo, donde trabajaron científicos de la categoría de Sventenius y que ha sido visitado por prestigiosas personalidades de España y del extranjero. Y desde el Gobierno de Canarias, en el que predominan los asnos –tómese la alusión en sentido cariñoso para los jumentos—, nadie mueve un dedo para poner en marcha esta instalación, cuyo viejo jardín recibe cientos de miles de visitantes al año. Cuántos más no recibiría con un edificio en condiciones, dedicado a la ciencia, a la investigación y al público. Y es que a la política no llega sino gente ignorantona, incapaz siquiera de terminar una obra. Y eso cabrea, porque uno no hace sino pagar impuestos en este puto país.
lunes, 1 diciembre,2025





