Uno de los arquetipos más comunes de los chistes, las chanzas, las bromas y del humor en general es, sin duda alguna, el funcionario. La imagen más extendida popularmente es la de un individuo apático, burocrático, insensible, solitario y, por qué no decirlo, vago. Y cierto es que siempre hay una parte de realidad de la que se nutre la crítica mordaz y la parodia contenida en aquellas manifestaciones humorísticas.
Pero también existe otra versión de los funcionarios, menos conocida por los ciudadanos y, probablemente, infravalorada, simplemente por desconocimiento de como se trabaja en la administración.
Me voy a referir aquí a una en particular, una que desde hace varias semanas ha estado y está en los medios de comunicación porque sus funcionarios están en huelga: la Administración de Justicia. Sin temor a equivocarme, los funcionarios de esta administración, con carácter general, son los menos aptos para encajar en el arquetipo referido. Así de contundente.
El ejemplo más diáfano de lo que podemos definir como un caos organizativo, funcional y laboral, con todas sus características de indefinición, desorden y confusión, se da en esta administración.
Es un clásico eso de afirmar que la justicia no tiene medios suficientes, técnicos y humanos, para desempeñar con eficacia la función esencial que tiene atribuida en un Estado de Derecho. Y, sin embargo, la eficiencia debe quedar fuera de toda duda, puesto que con medios escasos, pero con un personal altamente cualificado y especializado, se tramitan anualmente miles de procedimientos judiciales.
Inevitablemente, hay que preguntarse por qué con tantas carencias y tantas deficiencias, la maquinaria judicial no colapsa y, aunque pesada y lentamente, sigue siendo fiable, aunque la percepción entre los ciudadanos no sea precisamente esa.
Aquí es donde entran en juego los Cuerpos Generales de la Administración de Justicia.
(Ahora te toca a ti reivindicar la profesionalidad de los funcionarios. Y también justificar la huelga).
