La Casa Blanca intensifica la presión sobre Kiev con un ultimátum: exige que Ucrania acepte en menos de una semana un plan de paz de 28 puntos que muchos interpretan como una capitulación parcial ante Rusia. Si Ucrania no da luz verde, Washington habría advertido con suspender no solo los envíos de armas financiados por la OTAN, sino también la colaboración en inteligencia.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se encuentra en una encrucijada crítica. Por un lado, rechaza lo que considera condiciones humillantes: el plan estadounidense incluye concesiones territoriales, limitaciones a sus fuerzas armadas e incluso renuncia a sus aspiraciones de incorporarse a la OTAN. Por otro, sabe que sin el apoyo de Washington —que aporta una parte muy significativa de su armamento— sus capacidades defensivas pueden verse seriamente comprometidas.
Además, según fuentes próximas a las negociaciones, el ultimátum de EE.UU. no es solo diplomático, sino también operativo: amenaza con dejar de compartir inteligencia con Kiev, algo que ya ha sucedido en el pasado reciente.
Esta presión coincide con una situación interna delicada para Zelenski, quien debe equilibrar la defensa de la soberanía nacional con la realidad de depender del respaldo militar y tecnológico estadounidense para mantener la resistencia frente a Rusia. El Gobierno ucraniano se enfrenta así a uno de los momentos más complicados de la guerra: resistir sin renunciar completamente, pero también sin provocar la retirada de un socio clave.





