Rabat ha puesto sobre la mesa un plan que ha alertado sobremanera a gran parte del empresariado canario, al menos el que ya conoce las intenciones marroquíes.
Su intención es atraer a empresas españolas, muy especialmente canarias por su cercanía, para que instalen bases logísticas en la Zona Franca de Agadir, apoyándose en el Port Sec Agadir Atlantic Hub, un complejo que, a nadie se le escapa, está llamado a competir directamente con Canarias.
Sus argumentos preocupan en estos tiempos de márgenes estrechos, pues ofrecen costes más bajos, plazos de entrega más cortos y un ecosistema industrial tanto a Canarias como a la Península a pocos cientos de kilómetros de sus sedes.
La preocupación es legítima: ¿estamos ante una cooperación que puede multiplicar la capacidad exportadora o ante la llamada encubierta a una deslocalización que, poco a poco, vacíe de músculo productivo a las Islas?
El plan marroquí
Cierto es que la propuesta no habla de mudanzas totales sino de externalizar fases concretas, pero no nos engañemos. Ante la perspectiva de una reducción importante de costes habrá muchos empresarios que terminen trasladando allí toda su producción. ¿Se les podría reprobar el movimiento?
Para una pyme isleña, que sufre la insularidad logística con importantes sobrecostes, la ecuación es seductora: instalar stock en el continente, ganar nivel de servicio hacia África Occidental y el sur de Europa, y optimizar costes “a tiro de piedra”, como diría el castizo.
En un país con unas leyes que (podemos asegurar sin miedo a equivocarnos) son más laxas que las españolas y la voluntad de su rey de dar un paso adelante en la industrialización del país (¿nadie pilla la indirecta?), todo el diseño fiscal y aduanero de la zona franca está hecho para seducir al empresariado, como no puede ser de otra manera, aunque la realidad es que en Canarias sí lo es y por eso se entiende la preocupación.
El riesgo evidente es el efecto arrastre. Se empieza mandando fuera tareas “pequeñas” porque parece lógico tenerlas cerca del almacén y del cliente. Luego, en casa, dejan de cuadrar los incentivos y, con el tiempo, la base de fuera crece hasta convertirse en el centro de la actividad.
¿El resultado para Canarias? Menos empleo cualificado, menos ingresos públicos aquí gracias al IGIC y las cotizaciones, más difícil mantener naves, talleres y servicios de mantenimiento en las islas. De paso, un mensaje fatal para los jóvenes: “el futuro está fuera”.
Proteger el cadena de valor
Por supuesto que no se trata de negar la cooperación con Marruecos, pero sí primar de manera decisiva a través de mejores incentivos nuestra cadena de valor para que lo estratégico permanezca en Canarias. Si nos quedamos sin eso será el golpe de gracia a la economía.
Canarias cuenta con instrumentos propios para luchar de tú a tú, pero hay que reconocer que históricamente ha sido muy desigual, si bien es cierto que hay figuras que registran crecimientos importantes en los últimos años como la Zona Especial Canaria (ZEC).
En el otro lado, seguimos luchando para que se conozca el REF y no dejamos de discutir los términos del AIEM (el arbitrio que protege la producción local frente a importaciones), aunque ya quedan pocos que dudan que necesita modificaciones de calado para cumplir el cometido para el que se creó.
Al fin y al cabo, si el diferencial de costes que ofrece la zona franca para productos destinados al exterior supera las ventajas del marco canario lo lógico es trasladarse del todo, perdiendo una parte importante del tejido productivo del Archipiélago.
Suena alarmista, pero viene a la mente la famosa cita latina “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Habrá que blindar desde ya un marco que evite la tentación de la deslocalización, tal vez vinculando ayudas regionales, deducciones y acceso a compras públicas a mantener en Canarias un porcentaje verificable de producción. No soy ningún experto, pero por dar ideas.
El contexto político
El reencuentro político entre España y Marruecos, tras la insólita (por inesperada y casi secreta) decisión de Pedro Sánchez de reconocer la soberanía de Rabat sobre el Sáhara Occidental, ha renovado el interés del país africano por echar un cable en materia de inmigración pero parece que quieren aprovechar la coyuntura para abrir nuevos marcos de negocio que, dependiendo de su éxito, pueden perjudicar (y mucho) a Canarias.
Por supuesto que el empresariado tiene motivos para explorar el mercado y, lo que es más importante, exigir un marco regulatorio y fiscal favorable a sus intereses frente a competidores que, ahora sí, se encuentran en la puerta de casa. Y hay poca duda de que van a poner todos los recursos necesarios sobre la mesa para seducir a empresas de toda la región, por ahora.
Así que, si Canarias quiere industria, debe demostrarlo apostando de manera decisiva por ella y eso solo se consigue a través de un marco regulatorio más básico y una fiscalidad que confíe, de una vez, en el potencial del Archipiélago como hub logístico.





