A ver. El trasfondo de la conferencia que leyó ayer José Carlos Alberto en la Real Sociedad Económica de Amigos del País (me pegué la trasmisión entera) no estaba en los intelectuales, porque de lo contrario habría escrito en el panel del power point, Simone de Beauvoir y no Simón (como Simón de Cirene), que era un macho berberisco de Jerusalén y que ayudó a Cristo a llevar la cruz, de gratis. Simone fue la que dijo que “lo más escandaloso que tiene el escándalo es que una se acostumbra a él”. Bueno, sigo. José Carlos estaba allí rodeado de su corte pretoriana y de algunos otros amigos, lo cual me parece muy bien. Pero yo creo que el rector no fue porque en la Económica se concentraban algunos de sus enemigos (lo pongo en cursiva para aflojar un poco) naturales. No todos lo eran, conste. Cito a unos y a otros: Almeida, el del Consejo Social; Víctor Díaz; Diego Vega, Elfidio Alonso, Paulino Rivero, Antonio Alarcó, Juan-Manuel García Ramos. Paulino Rivero, escondido en la umbría de la última fila. No sé por qué se esconde Paulino, será por su abrupta salida del Tete.

Allí lo que hacía falta, además del rector oficial y del rector real, Martinón, por solidaridad, era un nutricionista. (Por cierto, el actual rector García telefonea a algunos restaurantes para reservarle la mesa a Martinón, tal es el grado de confianza mutua. Me lo dijo uno de los propietarios). Bueno, pues Fernando Clavijo, que de lo que sabe es de zotal, lejía y otros productos de limpieza caseros, tiene en el Parlamento, tramitándose, una ley que le resta poder a los rectores. Una ley que modifica el Consejo Social. Y por eso el rector socialista no fue a la conferencia de un exrector de la ATI, en la Económica. Sí estaba Gómez Soliño, exrector también, presidente de eso que llaman “docta casa”, que yo creo que no se lleva muy bien con José Carlos Alberto, aunque ambos lo disimulen. Allí había más exrectores por metro cuadrado que Masseratis en Los Limoneros el miércoles pasado. La ley se va a aprobar, y además de poner a dieta rigurosa a todos los miembros del Consejo Social, va a limitar el poder de los poncios universitarios, que con el paso del tiempo forman clanes de simpatías y mangonean, como Martinón, que está en todas las salsas universitarias: salsa de arándanos, salsa de soja, salsa bearnesa, etcétera. Entonces, con la excusa de la conferencia, yo me imagino que habrán hablado después, entre algunos de ellos, de la nueva ley del Consejo Social, que conocen bien Almeida, Víctor Díaz, el propio José Carlos, Marisa Tejedor y unos cuantos más –no sé si habrán consultado a algún despistado del PP, aunque ahí no hay cacumen— y que va a ser aprobada, para desgracia de Martinón (que tiene cara de mero a la plancha) y de su elenco. A mí, Martinón, cada vez se me parece más a Leopoldo Cabeza de Vaca, el ex director eterno del Diario de Avisos: se les ha emblanquecido a ambos el rostro y están lampiños, pero conservan en sus testas un pelo, caoba el uno y negro el otro, envidiable. Están hasta guapos, con casi 80 años, o más. Bueno, pues la conferencia de José Carlos sobre los intelectuales no consiguió llegar –según he visto yo mismo— a ninguna conclusión. Ni siquiera pudo contestar José Carlos a una pregunta impertinente de Alarcó, que le interrogó sobre el valor del intelectual en el mundo de hoy, que la verdad tiene poco, porque el mundo de hoy está lleno de animales. En fin, que fue una charla curiosa, en la que el conferenciante habló de los intelectuales, pero el auditorio –bueno, algunos de los que asistieron— estaba allí por una especie de contubernio de Múnich; y los que no asistieron fue porque al rector actual, a Francisco el de La Palma, no le interesa para nada la nueva ley que Clavijo, entre zotal y lejía, le quiere colar en el Parlamento. Y se la va a colar, así, a lo Sánchez, porque tienen mayoría legislativa los del PP (que no se enteran de nada) y los de ATI (que son más listos que el hambre. Los de ATI, porque en CC también hay mucho animal). ¿Comprenden porque nunca me darán la Medalla de Oro de Canarias? Pues porque Canarias no existe, ni yo tampoco.





