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sábado, 27 septiembre,2025

Capítulo 10. El día en que tuve que salir pitando del Estadio

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Si no recuerdo mal, aquel lance ocurrió en la temporada 76-77. El Tenerife, en Segunda. No sé quién estaba ejerciendo de presidente, si Pepe González Carrillo o Colo Santaella. O a lo mejor ninguno de los dos. Poco importa eso. Los periodistas nos sentábamos en un lugar acotado en el centro de la grada cubierta de Tribuna, debajo de los palcos. Yo era un enfant terrible. Me había propuesto romper con los tópicos de los cronistas deportivos, usados sin piedad, y también romper su parcialidad a favor del equipo de sus amores, como ocurre hoy y como ocurrirá siempre. Es decir, que los tópicos son irrompibles.

Aquel año no había cumplido los 30. Era un joven cronista que le daba a todos los géneros: la política, el deporte, la crónica social. Había que ganarse la vida. Me había despedido de “La Tarde”, con gran disgusto de Alfonso García-Ramos, mi director, que fallecería pocos años más tarde, creo que en el 80, y había fichado como jefe de la Sección de Deportes del Diario de Avisos. Para incorporarme habló conmigo Pedro Modesto Campos, que era uno de sus principales accionistas. Yo accedí enseguida, más que nada por el sueldo, que eran 33.000 pesetas mensuales. Todavía sueño con no haber cobrado los atrasos, porque nos pagaban tarde.

Cuando escribía las crónicas de los partidos procuraba contar lo que veía. Es decir, que si el árbitro había ayudado al C.D. Tenerife lo decía, no lo ocultaba. No había repeticiones en la televisión, o quizá las famosas moviolas eran muy defectuosas. Yo trabajaba en Televisión Española, en la radio y en el periódico y ocupaba un lugar en aquel espacio acotado de la grada de Tribuna. Encima de nosotros tenía un palco la policía y en él se daban cita miembros de “la secreta”, entre ellos el famoso policía Alberto y toda aquella jarca sobre los que todavía se respiraba el tufillo franquista, porque sólo hacía año y pico que había muerto el general.

Reconozco que estaba muy influido por un gran cronista taurino. Antonio Díaz-Cañabate, que componía unas maravillosas crónicas de toros en “ABC”, que recoge el Cossío, describiendo magistralmente el ambiente de la plaza. Yo quise trasladarlas al estadio, contando lo de su entorno: el vendedor de almendras, el de los helados, el tío del puro. Y así redactaba unas crónicas distintas a las demás, que eran muy leídas, precisamente porque cuando contaba lo que ocurría en el terreno de juego procuraba ser fiel a mí mismo y reflejar lo que allí pasaba.

Pero, claro, muchos otros aficionados estaban acostumbrados a aceptar los “clamorosos penaltis” de Castañeda –siempre hablando a favor del C.D. Tenerife–, o las crónicas bondadosas para el equipo de casa, como las de Tinerfe, Mínguez, Juan González, Avelino Montesinos (en la radio); y las graciosas frases de mi amigo Joaquín Reguero, que era un cronista con un grandísimo sentido del humor y que compartió conmigo muchos ratos buenos. González, jefe de deportes de “La Tarde”, en su bondad, me había permitido sustituirle en la redacción de la crónica de los partidos en el vespertino: ahí empecé y luego seguí, ya como jefe, en el Diario de Avisos.

Por lo general, la gente del fútbol tiene muy mala leche y es muy fanática. A mí, por ejemplo, ya el Tenerife me da lo mismo –desde que le hicieron la putada a mi gran amigo Javier Pérez–, pero soy un forofo del Real Madrid y me cabreo cuando los árbitros lo perjudican o cuando los culés –que son unos personajes antipáticos irredentos— intentan joder al equipo que viste habitualmente de blanco. En mi casa me educaron en la admiración al Real Madrid y en la indiferencia, o incluso el rechazo, al F.C. Barcelona, por todo lo que representaba. Además, en el Norte de Tenerife éramos más los aficionados a la U.D. las Palmas que al Tete, quizá por viejas trastadas de la Federación Tinerfeña de Fútbol de la época a los equipos del Norte, en beneficio de los de Santa Cruz.

Total, que yo hacía unas crónicas muy críticas con equipo y jugadores del C.D. Tenerife y mantenía una sección severa con su directiva llamada “Leolandia”, primero en “La Tarde” y luego Enel Diario de Avisos. Ustedes no me lo van a creer, pero una vez me senté, con mi entonces novia, en una de las últimas filas del Cine Víctor, para ver una película. Y en el descanso había más de cincuenta o sesenta personas (no exagero, que conste) con el periódico abierto por la página de “Leolandia”, leyendo mis comentarios y mis noticias.

Reconozco que aquella página era la leche y le daba miles de lectores al periódico. A pesar de ello, una vez que me metí con alguien influyente, éste protestó a la Gerencia y el gerente –Rodrigo Rodríguez Ferrer–  intentó levantarme la página. A pesar de lo que significaba aquella sección para el periódico, el gerente, inexplicablemente, se puso de parte del demandante, pero creo que se impuso la lógica finalmente. La sección me la traje al Diario cuando entré en este periódico. Con menos éxito, tengo que reconocerlo, por aquello quizá de que segundas partes nunca fueron buenas.

Mucha gente recordará todo eso, lo mismo que el periódico semanal “Deportes Siete Islas”, que fundó Rafael Zurita, con portadas de Juan Galarza, y que yo dirigí. Allí estábamos unos cuantos periodistas, entre ellos mi amigo Arturo Trujillo y otros más. El semanario se editaba en la calle Viera y Clavijo, en un sótano, y se tiraba en los talleres del Diario de Avisos, entonces en Santa Rosalía. Se detuvo su edición cuando la huelga que el Partido Comunista organizó en este último periódico, porque los que escribían en “Deportes Siete Islas” me los llevé yo al Diario, a  reforzar la Sección Deportiva. Tengo guardada la colección completa del semanario. Mejor dicho, debería estar en la biblioteca pública de Garachico.

Hay una anécdota, que recuerdo. Apareció en portada, en una ocasión, el presidente del Tete, Colo Santaella, con una camisa rota, como si fuera un indigente, hablando de las deudas que tenía el Tenerife. No fue adrede, sino que en la fotocomposición se coló, en el hombro del presidente, un recorte de otra foto y daba la sensación de que la camisa de Colo estaba raída. No era cierto, era una prenda preciosa, como todas las que usaba el mandatario, entonces, del Club Deportivo. Pero la gente se indignó o se echó a reír, dependiendo de las simpatías o antipatías sentidas por el personaje..

Bueno, pues en este ambiente, y me he extendido mucho en contarlo, vivía yo mis días casi juveniles de periodista deportivo. Un domingo, como tantos otros, me voy al estadio a hacer mi crónica, que también alternaba con intervenciones en la radio –ya no recuerdo en cuál, creo que en la SER, con José María García— en directo, desde la grada del propio estadio. Y se produce un posible penalti en el área del Tenerife –es decir, contra el Tenerife–, que el trencilla pita. Y yo, atento a la jugada, digo que aquello era un penalti de libro, en contra de la opinión de todos los demás cronistas que se sentaban junto a mí, que lo negaban con vehemencia, tirando para casa, como siempre. La gente, que estaba más pendiente del transistor que del partido, escucha cómo yo daba la razón al árbitro y los otros periodistas no, y la multitud que se vuelve contra la tribuna de prensa, enfurecida. Contra mí, concretamente.

Ya nadie más se fijó en lo que ocurría en el campo. La cosa fue a más, algunos espectadores se acercaron peligrosamente hasta el lugar que ocupaba la prensa. ¡Y me querían dar una paliza! Yo era un cínico y con 30 años me importaba un huevo todo, pero la policía se asustó. El que mandaba las fuerzas presentes en el estadio era un “secreta” llamado Fernando, casado me parece que con una hermana de Enrique Perera, que había sido directivo del Tete y su padre presidente. Se me acerca Fernando y, muy educadamente, me dice: “Andrés, tengo que sacarte de aquí porque me estás creando un problema de orden público”. “Yo no me voy”, le dije, muy chulo. “Mira, Fernando, aquí ya no hay censura, estamos en un país libre y yo digo lo que me da la gana”. “Pero es que te lo estoy pidiendo por favor”, añadió, “porque con la gente que tengo en el estadio no voy a poder contener al público; que te quieren linchar, coño”. Al final, no me quedó otro remedio que hacerle caso. Y salimos por la zona de los palcos, él tomándome del brazo y cuatro o cinco agentes detrás, que me condujeron hasta la puerta del estadio. Naturalmente, en medio de un ensordecedor griterío. Y de muchos aplausos, porque la gente creía que me sacaban a la fuerza.

Recuerdo que entre los que me abrazaron al salir –gente amiga— estaba el magistrado José Luis Sánchez Parodi –luego presidente de la Audiencia—quien públicamente se enfrentó al público diciendo que no había derecho a aquella bronca. Se lo agradecí mucho a José Luis. Y algunos amigos, entre ellos Francisco Hernández, “el Pichote”, acudieron a la tribuna de prensa para apoyarme y defenderme. Una vez en la calle llegó corriendo un hombre, yo creía que a agredirme, y me puse en guardia. Pero no, era el árbitro Domingo de Dios Palaut, él lo puede corroborar, que venía a abrazarme “por tu valentía y por tu defensa de los árbitros”, me dijo.

Nunca más fui al estadio. No por miedo, que no lo tenía, sino porque interpreté que aquella afición de mierda no quería –ni se merecía– que le dijeran la verdad, sino que los periodistas la engañaran. Al menos, como dirían “Maná” y  Shakira, que le dijeran “mi verdad”. No pisé el estadio, como periodista, nunca más. Años más tarde, cuando la presidencia de Javier Pérez, sí me sentaba junto a él en el palco, para ver y disfrutar de las glorias del mejor Tete de todos los tiempos. Pero jamás para informar en los medios de comunicación.

Es una pequeña historia que quería reverdecer hoy. Hay, curiosamente, dos fotos de aquel día, que dan testimonio de aquella trifulca. En una de ellas, el policía Fernando, de espaldas, intenta convencerme. Al final me fui, para no comprometer a la policía y para preservar mi integridad, todo hay que decirlo. Pero no encuentro las dichosas fotos, en el caos de mi archivo.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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