Quien se come cada mañana las colas de la TF-5 lo sabe de memoria: avanzar unos metros, frenar, volver a arrancar, mirar el reloj y asumir que el atasco forma parte del día como el café o la radio del coche.
Si miramos los datos, lo que sucede en la autopista del Norte de Tenerife no es una exageración nuestra arraiga con los años, sino un problema que se codea con las grandes vías más saturadas del país y que lleva décadas parcheándose sin una solución de fondo.
En el punto más crítico de la TF-5, a la altura del parque de bomberos de La Laguna y San Lázaro, pasan de media casi 110.000 vehículos al día por solo dos carriles en cada sentido. Puede parecer poco si se compara con la M-40 de Madrid, en torno a 185.000 vehículos diarios, o la GC-1 de Gran Canaria, que en su tramo entre Jinámar y La Pardilla, ronda los 167.000.
A primera vista podría parecer que en Tenerife el problema es menor. Pero la clave no está solo en cuántos coches pasan, sino en cuántos caben por cada carril.
Solo dos carriles
Si se hace ese cálculo, la foto cambia. La M-40 reparte ese flujo entre tres o más carriles por sentido y se mueve en torno a los 60.000 vehículos por carril y día.
La GC-1, también con tres carriles, ronda los 56.000. La TF-5, con sus dos carriles, se sitúa muy cerca de esa cifra, en torno a 55.000 por carril.
Cuando se compara la demanda máxima con la capacidad horaria de cada carril, queda claro que la autopista está tan limitada que cualquier pequeña incidencia basta para bloquearla.
El problema en Tenerife es que es una vía que encadena otros dos tramos durísimos: entre la rotonda de Padre Anchieta y el Campus de Guajara circulan unos 107.000 vehículos diarios, y entre la zona de Alcampo y el Hospital Universitario de Canarias se superan los 100.000.
Demasiados coches
Detrás de estas cifras hay un dato que lo define todo: el parque móvil de Tenerife se acerca a los 857.000 vehículos, prácticamente un coche por habitante.
El triste resultado de un modelo territorial y de movilidad que ha empujado a la población a depender del vehículo privado para casi todo. El transporte público ha mejorado algo, sí, pero no lo suficiente como para convertirse en una alternativa real para la mayoría, y cada nueva urbanización, cada pequeño polígono, acaba sumando más coches a unas autopistas que ya funcionan al límite.
Ahí entra la parte política. La congestión de la TF-5 (y de la TF-1) lleva años en titulares, en campañas electorales y en discursos solemnes pero las grandes decisiones, por arte de magia, se han ido aplazando.
Proyectos de tercer carril, variantes, mejoras de enlaces, trenes del Norte y del Sur o sistemas de transporte de alta capacidad… pero claro, luego llegan las dudas sobre el coste, los conflictos sobre el territorio, la resistencia social, la burocracia, el choque de competencias… ¿Seguimos?
Si se compara con Gran Canaria, la diferencia más evidente está en la capacidad. La GC-1, con un carril adicional en gran parte de su recorrido, consigue absorber un 50% más de tráfico que la TF-5 con un grado de saturación similar. No es que allí no haya colas, que las hay, sino que la autopista del Sur grancanario tiene algo de margen donde la tinerfeña simplemente ya no lo tiene.
Está claro que si la TF-5 dispusiera de tres carriles en sus tramos críticos, el problema no desaparecería, pero la isla ganaría capacidad para gestionar el flujo que hoy se atasca cada día.
La vida en el atasco
Mientras tanto, la vida de los norteños sigue organizada alrededor del atasco. La gente se ha resignado a perder una o dos horas diarias de su vida metida en el coche y por mucho que las empresas ajustan horarios, los servicios (públicos y privados) se resienten cuando los profesionales llegan tarde por una caravana que todo el mundo sabía que iba a producirse.
La autopista se convierte en un embudo diario donde se condensan muchas de las decisiones que no se tomaron a tiempo: planificación urbanística con poca visión de futuro (o de entender el destino), falta de apuesta real por el transporte público y, sobre todo, miedo a obras impopulares. Nadie quiere ser el malo de esta historia.
Pero así sucede que Tenerife se parece cada vez más a esas personas que llevan años conviviendo con un dolor crónico y lo normalizan hasta pensar que no hay otra opción. Pero, igual que con la salud, la resignación no es una solución.





