En Tenerife, al fin, se puede decir sin rubor que se está viendo fútbol. Hablo del Costa-Adeje-Tenerife femenino, que hoy se ha merendado al Atlético de Madrid con un 2-1 de los que levantan al público de los asientos. Y no es casualidad: cada domingo se nota cómo el estadio se va llenando un poco más, cómo la afición empieza a coger hábito, cómo el runrún del buen fútbol atrae a familias enteras. En cualquier caso, hoy el palco no admitía un alfiler. Y la grada cada vez mas concurrida.

Lo de hoy no fue el postureo al que nos tiene acostumbrado el fútbol masculino moderno: esa pasarela interminable, el inventario de tatuajes, los colorines perpetuos en la pelambre. No. Aquí se fue a jugar. A disputar el balón sin contemplaciones. Las chicas del Tenerife entran al césped a competir de verdad, sin artificios, sin show y sin ese envoltorio de divismo que tantas veces sustituye al deporte.

El Costa-Adeje-Tenerife femenino está logrando algo que en esta isla hacía mucho que no pasaba: que la gente vuelva a ilusionarse. Que las familias acudan, que los jóvenes se enganchen, que los veteranos del lugar asientan en silencio diciendo “esto sí”. Que el fútbol, por fin, vuelva a oler a fútbol.
Hay futuro, y además es brillante. Porque lo que están construyendo estas jugadoras no es una moda pasajera: es un proyecto competitivo, serio y profundamente social. Un equipo que entiende que la ilusión es tan importante como la técnica, y que el respeto se gana corriendo, compitiendo y dejando el alma en la hierba.
Hasta aquí lo que hemos sentido desde El Burgado.
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