Cuando un canario viaja por España está acostumbrado a escuchar que aquí “se vive mejor que en ningún sitio”. Y cualquiera te diría que es verdad: el clima es suave todo el año, se puede caminar al aire libre en enero y sentarse a tomar un café en una terraza en pleno invierno.
Sin embargo, cuando se miran los datos aparece una paradoja incómoda: la esperanza de vida al nacer en las islas, 82,8 años en 2024, sigue siendo de las más bajas de España y por debajo de la media estatal, que ronda los 84 años.
Si el clima es tan bueno, ¿por qué vivimos, de media, algo menos que en otras comunidades donde hace más frío, hay más contaminación y menos horas de sol?
La respuesta tiene menos que ver con el tiempo que marca el termómetro y más con factores sociales, económicos y sanitarios que pesan mucho más que el clima en la salud de una población.
El mito del paraíso saludable
Durante años se ha asociado el buen clima con buena salud casi de manera automática. Menos frío significa menos problemas respiratorios y cardiovasculares ligados a olas de frío, menos caídas por hielo, más facilidad para salir a caminar o socializar. Probablemente, sin esta ventaja climática, los datos de salud en Canarias serían aún peores.
Pero el clima no lo cura todo, ya que lo que realmente determina cuántos años vivimos es la combinación de renta, nivel educativo, alimentación, trabajo, vivienda, acceso a la sanidad y desigualdad. Y ahí es donde Canarias empieza a perder terreno frente a otras regiones españolas.
Las islas siguen teniendo uno de los índices de pobreza y exclusión social más elevados del país. Eso significa cientos de miles de personas con dificultades para llegar a fin de mes, pagar un alquiler digno, llenar la nevera con alimentos frescos o acudir al dentista si no es estrictamente urgente.
Lo peor sin duda es la alimentación. Alimentarse mal acumula más estrés, se duerme peor y a largo plazo produce más enfermedades cardiovasculares, más diabetes, más depresión y, en consecuencia, menos años de vida. Canarias ha pasado, en pocas décadas, de una dieta tradicional basada en potajes, legumbres, pescado, frutas y verduras a un plato cada vez más cargado de productos ultraprocesados, refrescos azucarados y comida rápida.
El resultado es que las islas figuran de manera constante entre las comunidades con mayor tasa de obesidad y sobrepeso. Esa combinación de mala alimentación, sedentarismo y estrés laboral tiene un coste directo en términos de salud: más hipertensión, infartos, ictus y cánceres. Eso quita años de vida, por mucho sol que haya fuera.
Sanidad y desigualdades territoriales
No es una sorpresa para nadie que la sanidad pública canaria arrastra problemas de financiación y de recursos humanos desde hace años. No es lo mismo enfermar en el área metropolitana de Tenerife o Gran Canaria, con grandes hospitales relativamente cerca, que en una zona rural de La Palma, La Gomera o Fuerteventura.
La insularidad y la dispersión hacen más difícil garantizar el mismo acceso a especialistas, pruebas diagnósticas o determinados tratamientos en todo el territorio.
El incremento del uso de seguros privados muestra que una parte de la población recurre a la sanidad privada para sortear demoras o carencias en el sistema público, y ya ni eso porque la privada está cada vez peor. Aun así, quien puede pagar, tiene más opciones.
Un modelo económico que también enferma
Canarias vive sobre todo del turismo y de los servicios. Eso se traduce en muchos empleos ligados a la hostelería, la restauración, el comercio y actividades asociadas, con jornadas largas, turnos partidos, horarios cambiantes y salarios que, en demasiados casos, siguen siendo bajos.
Ese modelo tiene una cara oculta para la salud: si entras a trabajar temprano, sales tarde, descansas mal y llegas a casa sin energía, es más fácil tirar de comida rápida que cocinar, más difícil hacer deporte, más probable que el estrés sea un compañero constante.
La precariedad laboral no aparece en un mapa del tiempo, pero está detrás de muchas dolencias crónicas y de un desgaste que recorta años de vida a fuego lento.
Así que casi podemos decir que tenemos suerte, ya que el clima canario actúa como un “amortiguador” que hace la vida más agradable y probablemente evita algunos problemas de salud.
Pero no puede compensar por sí solo décadas de pobreza, precariedad, mala alimentación y desigualdad en el acceso a servicios esenciales.





