Donald Trump, fiel a su estilo de ultimátums, ha dado a Hamas “tres o cuatro días” para aceptar su plan de paz para Gaza o, de lo contrario, enfrentar “un final muy triste”. El documento, presentado en un mitin con ecos de campaña electoral, incluye 20 condiciones: desmilitarización de Gaza, cese de acciones legales contra Estados Unidos e Israel, y la retirada gradual de las tropas israelíes a cambio de ayuda internacional.
El plan, recibido con entusiasmo por el propio Netanyahu, ha sido descrito por analistas como un guion hecho a medida para Israel, que difícilmente podrá convencer a los palestinos. Entre tanto, algunos gobiernos occidentales han reaccionado con frialdad: consideran que el documento carece de neutralidad y que ignora el trasfondo histórico del conflicto.
En paralelo, la tensión entre Israel y varios países europeos se multiplica. Gobiernos de la UE comienzan a estudiar sanciones, el reconocimiento formal del Estado palestino y hasta boicots culturales y deportivos contra Israel, en respuesta al bloqueo y las operaciones militares en Gaza.
Las calles europeas hierven con protestas masivas, mientras diplomáticos advierten de que el desgaste con Israel podría convertirse en la mayor fractura política euro-israelí de las últimas décadas. En Berlín, París y Madrid la presión popular es cada vez más difícil de ignorar.
El tablero internacional parece dividirse entre los que apuestan por soluciones rápidas a golpe de ultimátum —Trump dixit— y quienes reclaman un cambio estructural en las relaciones con Israel. Si el plan del magnate estadounidense se queda en papel mojado y Europa endurece su postura, Gaza seguirá siendo el epicentro donde colisionan las palabras, las bombas y la diplomacia.
