La capital belga ha amanecido con un nuevo tiroteo registrado la noche del lunes en el corazón de Bruselas, dejando a una persona herida en estado crítico, y el hallazgo de un cadáver flotando en el río Mosa con los pies atados con alambre. Estos hechos han vuelto a poner de manifiesto la escalada de violencia que azota Bélgica, estrechamente vinculada al crimen organizado y al narcotráfico. Estos incidentes no son aislados, sino síntomas de una crisis que se agrava año tras año, con Bruselas convertida en un escenario de ajustes de cuentas entre bandas rivales.
El tiroteo tuvo lugar alrededor de las 22.48 horas del lunes en la céntrica calle Van Artevelde, una zona comercial y residencial en el barrio de Anneessens, no lejos de la Grand Place. Según relató la portavoz de la policía de Bruselas, Ilse Van de Keere, las fuerzas de seguridad recibieron una llamada alertando de un «asesinato a balazos». Al llegar al lugar, los agentes encontraron a la víctima tendida en el suelo, con heridas graves por arma de fuego. Fue trasladada de inmediato a un hospital cercano, donde permanece en estado crítico. Las investigaciones están en marcha, pero las autoridades no han revelado aún la identidad del herido ni posibles motivos, aunque fuentes policiales apuntan a un posible ajuste de cuentas relacionado con el tráfico de drogas. Desde principios de año, Bruselas ha registrado casi 60 tiroteos, más de 20 solo durante el verano —lo que equivale a uno cada tres días—, y al menos nueve muertes vinculadas a estos incidentes en 2024, un récord que parece destinado a superarse en 2025.
En la región valona, las autoridades han iniciado una investigación tras el descubrimiento fortuito de un cadáver en el río Mosa, a la altura de la localidad de Engis, cerca de Lieja. El cuerpo, correspondiente a un hombre adulto cuya identidad no ha sido desvelada, flotaba en las aguas con los pies atados con alambre, un detalle que sugiere un homicidio deliberado y posiblemente relacionado con el crimen organizado. El hallazgo fue realizado por transeúntes locales, y la policía científica se ha desplazado al lugar para recopilar pruebas. Aunque no se han establecido conexiones directas entre este macabro descubrimiento y el tiroteo en Bruselas, ambos eventos subrayan la permeabilidad de Bélgica a la violencia mafiosa, con métodos que evocan ejecuciones propias de carteles del narcotráfico.
Esta oleada de violencia no es un fenómeno nuevo, pero su intensidad ha alcanzado cotas alarmantes. El fiscal general del tribunal de apelación de Bruselas, Frédéric Van Leeuw, alertó durante la audiencia solemne de apertura del año judicial sobre el «aumento ininterrumpido» de expedientes penales y la «falta de medios» que está colapsando el sistema judicial. «Los numerosos tiroteos y episodios de violencia en Bruselas son particularmente inquietantes para el futuro de nuestra corte penal», declaró Van Leeuw, advirtiendo de «años difíciles por delante». Según sus datos, entre 2019 y 2024, los casos archivados por falta de capacidad investigativa en las fiscalías penales de Bruselas aumentaron un 40%, mientras que los casos resueltos solo crecieron un 3%. Esta saturación judicial se agrava por la complejidad del crimen organizado, que se nutre principalmente del narcotráfico: el puerto de Amberes, el segundo mayor de Europa, se ha convertido en una «superautopista» para la cocaína procedente de Latinoamérica, lo que ha desatado guerras territoriales entre bandas belgas y extranjeras, incluidas alianzas con grupos de Marsella.
Bruselas, sede de las instituciones europeas, figura ya entre las ciudades más afectadas por esta plaga. En 2024, ocupó el segundo puesto en Europa por número de tiroteos relacionados con el narcotráfico —89 incidentes, con nueve muertos y 48 heridos—, solo por detrás de Nápoles y por delante de Marsella, según datos de la plataforma especializada gunviolence.eu. La capital belga cuenta con 16 «hotspots» identificados como zonas de alto riesgo, como el barrio de Peterbos —el mayor complejo de viviendas sociales de la región, con 1.300 hogares y 4.000 habitantes— o las estaciones de metro Clemenceau y Midi. En Peterbos, por ejemplo, una macrooperación antidroga en junio involucró a casi 900 agentes, que registraron 270 viviendas vacías usadas como almacenes de estupefacientes, resultando en 20 detenciones y la incautación de drogas, dinero y armas. La estación Midi, considerada la más peligrosa de Europa, registra unos 3.500 delitos al año —diez diarios—, con frecuentes disputas que quedan impunes debido a la división de competencias entre policía federal y local.
Los expertos atribuyen esta escalada a varios factores: la competencia feroz por el control de territorios de venta de drogas, el reclutamiento de adolescentes como sicarios —menos experimentados y más propensos a errores que generan víctimas colaterales— y problemas estructurales como la pobreza en barrios marginales y la compleja arquitectura política belga, con competencias divididas entre el Gobierno federal, regiones y municipios. En febrero, Bruselas vivió una semana negra con cuatro tiroteos en tres días, uno de ellos mortal, lo que llevó a un «blindaje policial» con presencia constante de patrullas y un comando unificado para las seis zonas policiales de la capital. El ministro del Interior, Bernard Quintin, prometió entonces «tolerancia cero», una medida que se ha reactivado ahora, aunque la ciudadanía demanda soluciones de fondo más allá de despliegues temporales.
En Bruselas, la ausencia de un Gobierno regional estable durante más de un año complica las respuestas coordinadas. Mientras tanto los ciudadanos expresan su hartazgo: «La situación es catastrófica», dicen, recordando el miedo que genera vivir en un barrio donde los disparos se han convertido en rutina.
Sin inversiones sostenidas en justicia, prevención social y cooperación internacional, la violencia podría seguir escalando, dejando a Bélgica en una encrucijada cada vez más peligrosa.
