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Maduro siente el aliento de Trump en el cogote mientras pronuncia sus bravatas ante treinta o cuarenta fieles desde el corredor del patio del deteriorado palacio de Miraflores. Lo que tiene es miedo, porque, además, rara vez acude a su despacho de Miraflores, apenas sale de sus estancias de Fuerte Tiuna, en cuyas dependencias duerme –cambiándose de sitio permanentemente—, junto a su mujer, Cilia Flores. De vez en cuando van a verlo sus sobrinos y por la tarde se dedica a beber whisky de 18 años con los militares de su cártel, siempre junto a él, dándole apoyo. Maduro está muerto de miedo, lo mismo que los militares del Cártel de los Soles, que han enviado a sus familias unos a Cuba, otros a Nicaragua, otros a España y otros hasta a Moscú. No creo que el ruso les sirva para mucho y en Rusia solo se habla ruso. Venezuela tendrá que resurgir, en unos meses, desde su estatus de Estado fallido al Estado que siempre fue, el paraíso de América Latina. Se lo cargó el chavismo tardío, porque siempre ha habido gobernantes que se transforman en dictadores por lo fácil que les resulta todo. Nunca tienen bastante con los negocios vamos a llamarlos “corrientes”, tipo Carlos Andrés, sino que necesitan del narcotráfico para hacerse más ricos todavía. No tienen límites. Chávez era más ideólogo que otra cosa. Aún así permitió a su familia todo tipo de excesos y él mismo perdió el rumbo al final. Pero este Maduro, de extracción extremadamente humilde, descubrió tarde el poder, se aferró a él como a una religión y la avaricia lo rompió del todo. Montó un cártel porque no tenía bastante con lo de PDVSA y ahora deberán aflorar los millones que tiene depositados en España, en el Caribe y posiblemente en Rusia, porque Suiza es ya más transparente que los países de su entorno. Parece que la caída incruenta de Maduro es inminente, con lo que Trump se asegura el premio Nobel de la Paz, que es uno de sus sueños y que no se compra con dinero. A Obama se lo dieron sin hacer nada, en los primeros meses de su mandato, antes incluso de capturar y de matar a Bin Laden, que era tan hijoputa, o más, que el propio Maduro. Porque hay muchas formas de matar. Y también muchas formas de ganar el premio Nobel de la Paz.