- Publicidad -
Cajasiete
martes, 2 diciembre,2025

Memorial del padre Salvador Sierra Muriel.- Los disparates del Evangelio, cada sábado.- El cachetón que le dio el fraile a Pérez y Borges en “La Tarde”.- Los discursos apocalípticos del religioso franciscano.- Cuando los frailes de la OFM comían todos los días en el Soto Mayor.- El padre provincial lo destituyó como superior y acabó en Las Palmas como ecónomo.- Alfonso García Ramos sostenía que era un legionario que entró con Franco en Madrid, que realmente no era fraile: un disparate.

El padre Salvador Sierra Muriel (OFM, Orden de Frailes Menores), franciscano, llegó a ser superior del convento de la citada orden en Santa Cruz. El padre Sierra, como todo el mundo lo conocía, recaudaba sus perritas vendiendo los almanaques de San Francisco, que le endosaba con una caradura tremenda a todo el mundo, a todo ser pudiente que encontrara a su paso. Una vez estábamos, sin una perra en el bolsillo, Alfonso García-Ramos, Eliseo Izquierdo, que lo puede contar a sus espléndidos noventa y pico, y yo. Teníamos unas ganas inmensas de ir al Puntero, cuchitril pegado a “La Tarde” que despachaba un buen vino, a mandarnos unos vasos y un trozo de quesito blanco. Y nos encontramos al fraile, que venía hacia nosotros porque se dirigía a “La Tarde” a entregar el disparatado comentario del Evangelio que publicaba todos los sábados. Se le corregía –en lo posible– y se insertaba en la edición de ese día. El padre Sierra nos preguntó dónde íbamos y le contamos el problema. “Voy con ustedes”. “Padre, ya sabe lo que hay”. “No se preocupen, que yo lo arreglo”. En esto que aparece, por Viera y Clavijo hacia abajo, Mantecón, un fulano muy conocido y apreciado en Santa Cruz que era dueño de una tienda de marcos de cuadros, si no recuerdo mal. “¡Mantecón!”, lo llamó el franciscano, “no me has comprado este año el almanaque de San Francisco”. Mantecón, quizá para quitarse de encima al cura, recogió el almanaque y le aflojó veinte duros. El padre Sierra lo bendijo recogidamente y a nosotros nos dice, descojonado: “Vamos a estallarnos los veinte duros al Puntero ahora mismo”. Alfonso García-Ramos, que tenía una imaginación desbordante, decía siempre que el fraile era un impostor, que le había robado su cédula a un cura muerto, cuando él entró en Madrid, de legionario, con las tropas de Franco. Pero no había ningún indicio de que ese disparate tuviera el más mínimo  atisbo de certeza. Cada vez que entraba en la Redacción de “La Tarde”, aquello era una fiesta. Pero Pérez y Borges, el fallecido periodista icodense que tenía su mesa junto a la entrada, cada vez que el fraile traspasaba el marco de la puerta del recinto, emitía un gruñido: “¡Je, ya está aquí!”. Eso, un día y otro día. Hasta que, una mañana, el fraile entró, sofocado y cabreado por no sé qué trastada de sus compañeros de convento. Pérez y Borges emitió el habitual gruñido y el religioso se viró, le dio una trompada y le dijo: “¡Y tú, cállate, maricón, ya con tanto je ni tanto jo! La sorpresa de todos nosotros fue mayúscula. Se tuvo que comprar el bueno y azorado de Pérez y Borges unas antiparras nuevas. En Semana Santa llamaban al padre Sierra para predicar el sermón de las Siete Palabras. Y hacía unos pronósticos tenebrosos del final de los tiempos. Una vez, en la plaza del Charco del Puerto de la Cruz, lanzó uno de esos apocalípticos espiches y provocó el terror y la desbandada de la gente, el fraile encaramado en el balcón del Banco Exterior de España, haciendo aspavientos y dando gritos como un poseso. En cierta ocasión, el padre provincial de la Orden de los Frailes Menores se presentó en el convento sin previo aviso. Tocó y le abrió la puerta un fraile viejito, al que tenían allí, medio de conserje. “¿Pero dónde está la comunidad, padre?”, preguntó el provincial al viejo. “Están todos comiendo en el Soto Mayor, reverendo padre”, respondió, tímidamente, el anciano sacerdote. Se encaminó el provincial al restaurante, uno de los mejores de Santa Cruz, y se encontró a todos los frailes comiendo y bebiendo, en medio de una gran algarabía, por lo que, según recuerdo, la autoridad franciscana destituyó como superior al padre Sierra, que luego acabó sus días en Las Palmas, como ecónomo del convento. Tomaba un taxi y a la hora de abonar la carrera al taxista, le decía: “Dios te lo pague” y le echaba una bendición. El chófer se quedaba estupefacto, pero se corrió la voz y los taxistas de Santa Cruz ya no le paraban. Los comentarios del Evangelio eran unos auténticos disparates, con interpretación libre de las opiniones y sentencias de los evangelistas. Una vez nos reunimos en el Shangai, propiedad de Alonso el Chino, unos cuantos periodistas de “La Tarde”, entre ellos los tres nombrados. Y el cura. Cogimos tal pedo que el padre Sierra, que había traído un crucifijo de la iglesia para regalárselo a Alfonso García-Ramos, en fila india con el resto, montó una procesión, él delante, crucifijo en ristre, por la calle de la Marina, ante el estupor de los viandantes. En esa comida le pedimos que pronunciara el sermón de las Siete Palabras, aunque no tocaba. Entre palabra y palabra, nosotros cantábamos “Ay Santa Cruz” y otras canciones y así aquella comida, que terminó con la procesión, duró tres o cuatro horas, que ya no recuerdo.

De izquierda a derecha, el autor de Pipol, Andrés Chaves; el padre Salvador Sierra, un cura sin identificar y el también periodista Luis Ortega. (Foto Archivo Pallés)

Este era el padre Salvador Sierra Muriel, cuya foto, que ustedes tienen aquí, circuló ayer por Facebook como si se tratara de la entrega del premio Nobel. Tengo un grato recuerdo de su humor, casó a algún periodista que otro y era uno más de aquella tropa desalmada de “La Tarde” de 1970, fecha en que fue tomada la foto citada. Hace ya, por tanto 55 años. Y parece que fue ayer.

Andrés Chaves
Andrés Chaves
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -spot_img
- Publicidad -spot_img

LECTOR AL HABLA