Un ejemplo de organización el acto de toma de posesión del nuevo obispo de San Cristóbal de La Laguna, monseñor Eloy Santiago. Orden absoluto, coordinación perfecta y una puesta en escena eclesiástica admirable. Autoridades civiles y militares: el presidente y el vicepresidente del Gobierno, el general jefe del Mando de Canarias, creí ver a la nueva presidenta de la Audiencia y vi al vicepresidente primero del Cabildo de Tenerife, Lope Afonso, muy cercano con los medios. Lope es un buen relaciones públicas. Estaba el secretario general del Parlamento de Canarias, Salvador Iglesias, hombre creyente y piadoso; no vi a la defensora del pueblo, Lola Padrón, mujer escéptica. 14 obispos y arzobispos concelebraron la ceremonia, presididos por el arzobispo Auza, ex nuncio del papa en España, destinado ahora en la Unión Europea. Entre ellos, el anterior obispo de Tenerife, muy mermado de salud el pobre. Vi a Pedro Suárez, presidente de la Autoridad Portuaria, y a representaciones de la Policía, la Guardia Civil, de las organizaciones humanitarias y eclesiásticas.
Alrededor de 300 sacerdotes asistieron a la ceremonia y centenares de fieles llenaron la catedral, más los que seguían la ceremonia desde la plaza, a través de pantallas de televisión gigantes. Eloy Santiago es licenciado en Derecho Canónico y doctor en Teología Dogmática. Su discurso final tocó todos los palos, muy al estilo de las teorías del papa Francisco. A mí me gustó el acto, repito, aunque me extrañó no ver en la ceremonia a mi amigo el profesor Antonio Alarcó, adjunto al defensor del pueblo y católico declarado. Está muy cabreado porque no recibió la invitación. A lo mejor se la escondieron. El coro, muy bueno pero muy pesado, no dejó de interpretar melodías religiosas, algunas demasiado monocordes. Si el ritual litúrgico estuvo muy bien, también hubo tiempo para las emociones.
Se emocionó don Bernardo, el obispo emérito, y se emocionó, aunque lo disimulaba, el nuevo obispo, un diplomático que sabe tres idiomas –cuatro, con el latín, que en la Iglesia es un idioma vivo–. Los fieles aplaudieron en distintos pasajes de la ceremonia, muy bien manejada por Cristóbal Déniz, obispo auxiliar de Las Palmas, que ordenaba aquello de la liturgia con maestría. El obispo Mazuelos, titular de la Diócesis de Canarias, fue el celebrante principal, con don Bernardito Auza. Estaba presente también el arzobispo de Sevilla, José Ángel Sáiz, y ya digo que catorce obispos y arzobispos de España y de otros países. Y el nuncio en Portugal. A mí me gustó la ceremonia, repito por tercera vez, a través de la buena transmisión de la Televisión Canaria, con Alexis Hernández como responsable ante el televidente, auxiliado por el padre Juan Pedro Rivero González, deán de la catedral, que se movía admirablemente entre la liturgia y la locución. Es un gran periodista este padre Juan Pedro, que publica artículos inteligentes y que también es párroco de la iglesia de Santo Domingo y amigo de Juan-Manuel Garçía Ramos, al que ahora le ha dado por rezar padrenuestros, por si acaso. Y a mí también porque nunca se sabe si los que creemos poco o nada deberíamos creer más, por si las moscas fuera todo verdad. Por cierto, constantes referencias al papa Francisco en la ceremonia. ¿Una premonición de cara al cónclave?
También fue citado Benedicto XVI. El obispo Mazuelos, titular de la Diócesis de Canarias, parece que irá destinado a Málaga, si el nuevo nuncio confirma los rumores y sigue las recomendaciones de don Bernardito (que estaba acatarrado el pobre). Y puede ser candidato a cardenal. Me parece un hombre muy cordial. Y el nuevo obispo nivariense, cuyo nombramiento fue leído en alta voz, creo que va a ser aceptado sin problemas por todo el clero tinerfeño. Dos sacerdotes amigos me lo han puesto muy bien. Y se trajo detrás a más de mil canariones, que llenaron un par de ferris. Pues bien por la solidaridad interinsular. Eloy Alberto Santiago y Santiago sólo tiene 51 años, es uno de los obispos españoles más jóvenes. Y, desde luego, el más joven de entre sus doce antecesores en la diócesis nivariense. Ya tenemos prelado, pues, que en la sociedad es una figura descollante y desde luego una autoridad no sólo entre los católicos, porque su autoridad es moral. Bernardo no tuvo mucha suerte, porque era un hombre –a mi modo de ver— demasiado tradicional y comía mucho en Los Limoneros. Un obispo tiene que ser menos visible y comer menos en Los Limoneros y más en los comedores sociales, aunque esto puede ser demagogia. Pero es buena gente, yo le tengo aprecio. Lo conocí en Roma, cuando él estudiaba Teología en la Gregoriana y ambos coincidimos en la librería Ágora, en la Vía de la Conciliazione vaticana, donde yo compro siempre el Anuario Pontificio, que es muy caro el jodido, vale como sesenta euros o así. Pero a mí los asuntos del Vaticano siempre me han interesado mucho, por ese halo de organización perfecta y al mismo tiempo misteriosa que tiene. Se repartió un librito con el acto, para poder seguirlo mejor. A ver si mi amigo y querido compañero Paco Padrón, que se sabe el Credo y brujuleaba por los contornos porque no le aceptaron el viejo pase de prensa del Gobierno Civil (firmado por Modesto Fraile Poujade, paz descanse) que tiene, con más arrugas ya –el pase— que Marlene Dietricht, me consigue uno de esos libritos. No hay nada que Paco no consiga, o sea que yo sé que lo tendré, más pronto que tarde. Y eso fue todo. Una ceremonia solemne, bonita, emotiva, con el resultado de un nuevo obispo, consagrado ayer mismo en la que será su catedral.
Por cierto, qué buena restauración la de la catedral. Fue de José Miguel Márquez, ¿no? Yo creo que sí. Y nunca vi tan de cerca a la patrona de Tenerife, la Virgen de los Remedios, que se venera en esa iglesia, ayer llena de gente muy ordenada, entre ella casi 300 sacerdotes llegados de toda Canarias.
Yo reconozco a pocos, dada mi distancia de los altares. Por cierto, la diócesis le regaló su báculo al nuevo obispo, muy bonito y muy moderno. No sé quién le habrá donado su anillo pastoral, si fueron los ordenantes o algún particular. El obispo dijo que la persona más aliviada que estaba allí dentro era el hasta ahora administrador apostólico de la diócesis, el palmero padre Antonio Morales, por la responsabilidad que se le quitaba de encima. El hombre sonreía, tras el aplauso recibido. Bueno, ahora mejorará de su trombosis pulmonar, que casi lo manda para el otro barrio. Hoy ya está bien. Había muchas caras de bondad entre los sacerdotes que asistieron al acto. La Iglesia es –o debe ser—toda bondad. No como otros cleros de otras creencias disparatadas que predican y toleran la violencia. No hace falta ser más explícito, no sea que me corten el gaznate en un descuido.
