Un tal Teodoro Sosa (sosa cáustica) y Fernando Clavijo (puro zotal) se quieren unir para que el primero se integre en Coalición Canaria y se forme entonces la gran coalición. La cosa pasa por disolver Nueva Canarias, traicionando Sosa (cáustica) a Román, y Clavijo haciéndose mayor. Es decir, estamos ante la guerra de los dióxidos de sodio. El tal Sosa los lleva en el apellido y Clavijo en los genes de su familia, de cuando vendían zotal los Clavijo, de puerta en puerta, un zotal bueno, no crean, poderoso desinfectante microbicida, que no dejaba un bicho vivo. Zotal le aplicó Clavijo a Paulino cuando se lo cargó, con la bendición de la abadesa Ana Oramas, cuya familia mandaba a fregar con zotal las guaguas de la Exclusiva para que no apestaran a mago. Lo que digo, es la guerra de los microbicidas, de los detergentes sin espuma que dejan como una patena todo lo que tocan, de las triunfadoras familias dueñas de los desinfectantes. O sea, la guerra de los productos de limpieza, una guerra de supermercado, de colectivo barato. Sosa tiene su sede en Gáldar, una ciudad canariona de la que es alcalde y desde donde ha iniciado la traición. “Amo la traición, pero odio al traidor”, dijo Julio César y, desde luego, esta frase no aparece como divisa en el escudo heráldico del alcalde de Gáldar, un día amigo de Román y ahora su brazo ejecutor. ¿Le ha llegado la hora a Román? ¿Ha llegado el momento de la reunificación nacionalista? ¿Se conocerá el proceso, acaso, como la guerra de los detergentes? No lo sabemos, dejemos que la historia, tan sabia siempre, decida. Pero entre la traición de Sosa a Román y la de Clavijo a Paulino hay un trecho que mide lo que mide Ana Oramas, o sea, un trecho muy cortito. El tamaño de una menina. O de un minino, por eso de la igualdad de género y que no se me vayan a quejar los machirulos de la cáscara amarga. En esta España gris, más gris que la del ciego Gaudencio, manda la traición. Bien es verdad que en la época de Rinconete y Cortadillo la limpieza brillaba, pero por su ausencia, y en la nueva era de los microbicidas los suelos relucen que da gusto, igual que en la Sicilia del Gatopardo, con sus minués de salón (que aquí no los baila sino Ramoncito González de Mesa en el Casino de los Caballeros), esperando todos el desembarco de Garibaldi. Clavijo es Garibaldi y Sosa es sólo Sosa, un traidorzuelo de aldea disfrazado de neonacionalista, con apellido de dióxido de sodio.
martes, 2 diciembre,2025





