Voy a hablar del Carnaval de Santa Cruz, porque no conozco el de Las Palmas, en La Palma se limita a Los Indianos, cuyos polvos de talco provocan solamente ceguera temporal, llagas en la córnea y picazón en los ojos, y el del Puerto de la Cruz ya no existe; si acaso la mariconada de Mascarita ponte el Tacón, que ahora se llama de otra manera, algo así como Lupita, tócame las Pelotas, porque alguien registró el nombre anterior para joder y el Ayuntamiento se acojonó y le ha cambiado el nombre, en vez de combatir en los juzgados. El Carnaval ha caído, de esto no hay duda. Primero se lo cargaron las murgas sin gracia, después la lluvia –siempre llueve en Carnavales— y más tarde el Sur, que celebra unos Carnavales fuera de tiempo y absurdos. Este año, de momento, ha habido un muerto en Santa Cruz, varias agresiones sexuales en la capital tinerfeña y en las islas que llaman periféricas –antes menores–, docenas de detenidos en los controles de alcoholemia y cientos de borrachos, meados y drogados atendidos en los mal llamados hospitales de campaña –hamacas bajo una carpa, con médicos y enfermeras atendiendo a beodos diciendo disparates–. Porque en Carnavales hay que emborracharse, aunque uno no tenga ganas. Este es el Carnaval que nos queda, en el que lo único blanco puro es la negra Tomasa. Hace tiempo que vengo denunciando que el Carnaval ha muerto y que lo que queda es cerrarlo. Si yo fuera autoridad, me los cargaba, como se los cargaba monseñor Pildain, obispo de Las Palmas, en la isla de Gran Canaria y las otras de su jurisdicción episcopal. Pero es que antes los Carnavales eran graciosos. Y uno escribía sobre los rabinos profesionales, sobre la mascarita descarada, sobre el disfraz con una sábana. Pero luego empezó a repetirse todo: murgas sin gracia, rondallas desafinadas, comparsas de aficionados y hasta se murieron de viejos los que venían siempre a cantar con Los Fregolinos: Marcos Redondo y todos aquellos, que actuaban en la Plaza del Príncipe. Lo único valioso era la murga Ni Fu-Ni Fa, la Fufa, que se parecía a las chirigotas de Cádiz y era graciosa y ocurrente con aquello de “Cubanito, sí señores” y el guardia bigotudo que tenía las uñas negras de tanto rascarse el “cúbanito, sí señores…”. Hubo un intento “intelectualizado”, el de Los Singuangos, que al final se convirtieron en woke y sus actuaciones en mítines políticos. Y tampoco era eso. En fin, que ya hay hasta muertos en los que estaban considerados como los Carnavales más tranquilos del mundo. Se llegaron a comparar con los de Río –¡qué atrevimiento!–, los copió Las Palmas, como los canariones copian todo, hasta Los Indianos, y se echaron a perder. Mejor que los suspendan porque la mitad de la población de Tenerife, por ejemplo, se larga a la península y a extranjeria –como decía Pepe Monagas— para no verlos. Y sólo queda, tras la fiesta, el río amarillo que va desde Méndez Núñez al muelle, formado por las meadas constantes de 80.000 personas, que pudren hasta las raíces de los flamboyanes y de los laureles de Indias. Fíjense que los comercios tienen que colocar parapetos en las puertas para que las micciones no penetren en ellos. Santa Cruz queda cortada en la cabalgata y en la sardina, con el cabreo de los ciudadanos normales, los barrios marginales y los elementos barriada bajan en tropel al centro a faltar el respeto al orden y todo esto tiene una sensación de caos, con los borrachos irredentos cometiendo tropelías, como esa pelea, creo que en la avenida de Anaga, o por ahí, que ha provocado un muerto. Suspendan esa mierda de Carnaval, pero ya.
martes, 2 diciembre,2025





